Paz imperfecta

Nathaly Campos escribe sobre cómo la paz en El Salvador, aunque imperfecta, fue necesaria

En este país distópico en el que nacimos, no se logró construir una paz social. Tanto ha sido el abuso de poder que se han negado los archivos que comprometen a cada sujeto que nos arrebató ese pedazo de historia

Nathaly Campos | Egresada de Antropología

Con Margó, hablábamos de todo, y a veces, de nada; pero el café sabía mejor con ella a mi lado. «Jugábamos con tus hermanos a poner colchones en las ventanas para que las balas no entraran a la casa; le llamábamos la baticueva» me dijo ella sonriendo en un tono agridulce. Y, así, siguió contándome historias en las tardes de café.

Nací con la paz. A decir verdad, un día de enero del año 92. Muchos años atrás, la paz parecía ser solo una utopía. Aquel día, la paz nos alcanzó a todos. Ahora vivimos una paz imperfecta, una paz a medias tintas porque se le ha negado su historia. Como dijo Marc Bloch: «La palabra historia es una palabra muy vieja, tan vieja que a veces ha cansado».

La paz puso fin al conflicto armado, pero esta es imperfecta en la medida en que exista una violencia simbólica.

En este país distópico en el que nacimos, no se logró construir una paz social. Tanto ha sido el abuso de poder que se han negado los archivos que comprometen a cada sujeto que nos arrebató ese pedazo de historia, ese pedazo de nosotros y esa paz a la que aspiramos.

La paz puso fin al conflicto armado, pero esta es imperfecta en la medida en que exista una violencia simbólica que impida reconocer y aprender de los errores de una guerra civil de muchos años. Al no reconocerlos, solo se reafirma la imposición de una historia que no es la nuestra y el desinterés por solventar los problemas estructurales. Pierre Bourdieu sostiene que «todo poder de violencia simbólica, o sea, todo poder que logra imponer significados e imponerlas como legítimas disimulando las relaciones de fuerza en que se funda su propia fuerza, añade su fuerza propia, es decir, propiamente simbólica, a esas relaciones de fuerza».

La violencia simbólica es imperceptible, es construida socialmente para ejercer el poder mediante instrumentos controlados, trasmitiendo códigos inconscientes que se transforman en conscientes aceptados por un Gobierno que improvisa, que vive a lo que dé el día a día, o, mejor dicho, que controla a conveniencia, que intenta cambiar la historia y que su discurso está fundamentado en el odio, en la separación y no en la unidad.

¿Cómo se supone que seremos un mejor país si carecemos de identidad?

Respirar acá duele, pero nos prohibimos olvidar. Cada uno se hizo escuchar con más de 25.000 tweets etiquetados bajo el hashtag #ProhibidoOlvidarSV. En Twitter, se escribieron las memorias, esas que tanto se nos han negado y a las que han intentado dar un giro en el sentido original del movimiento. Pero no, no se olvida.

Lo importante es transmitir, a las nuevas generaciones, que olvidar está prohibido. Esto solo se podría dar con la función que debe desempeñar el sistema cultural, ya que tiende a empujar a los individuos hacia un tipo ideal de personalidad. Las instituciones primarias son las responsables de la formación de la personalidad básica, que son habilidades adaptativas que han de poseer todos los miembros de la sociedad, es decir, que velan por que las costumbres y creencias sean interiorizadas en cada miembro.

Lo importante es transmitir, a las nuevas generaciones, que olvidar está prohibido.

Soy de la generación que no vivió la guerra civil, pero sí una violencia simbólica que han ejercido los Gobiernos durante estas casi tres décadas de una paz imperfecta. Aún nos queda un largo camino por recorrer. Por eso, ¡es prohibido olvidar!

Veintinueve años de paz, 29 años de una paz imperfecta y en los que mi abuela Margó ya no estuvo a mi lado.



Leer el especial POESÍA PARA LA PAZ

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