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Luis Borja (El Salvador)

Luis Borja, El Salvador
Fotografía original de William Alfaro.

  • Del libro El Disparo: cuentos del barr(i)o (Premio de Poesía «Jaime Gil de Biedma», accésit de la Diputación Provincial de Segovia, España, 2014)

El bello legado

Soy un país moribundo
Me nació el hijo entre la pólvora
me nació en la trinchera escondida en el beso de la muerte
Me nació el hijo en el escondite
en la alambrada inerte que tejimos como barricadas
Me nacieron los hijos muertos
estrellados
mutilados
Corriendo hacia el abismo que les ofrece el nuevo siglo
Me nacieron los hijos sueltos
volátiles como el suspiro de un disparo
Me nacieron los hijos desaparecidos como el pulso de un latido tuerto
Como la práctica onanista de un país que se pudre
De un país que se queda mudo
con la garganta cercenada de disparos
Me nacieron los hijos ciegos
Me nacieron los hijos mudos
Agonizantes
cabizbajos
cohibidos
Me nació el eructo de un beso prohibido en la frontera de  los sueños
Los hijos junto a los sueños se me pudrieron
Me nacieron inmigrantes con la plegaria del sueño americano
Con la agonizante ceguera de convertirse en lavaplatos
en constructores
En mendigos colectores de sueños
En limpia mierda sin temblarle el pulso ante la injuria del yanqui
en venado escapista de trenes
en alma nostálgica ante el himno nacional
Y sin embargo la plegaria insiste en convertirlos
en prostitutas en plena frontera
en el alma del coyote
ese mismo coyote que ahoga los sueños entre sus colmillos
dicen que el mar se ha vuelto más violento
dicen que el  mar está a punto de vomitarlos
dicen que el mar esconde la palpitación imbécil de sus sueños
dicen, a mí no me lo crean
ni a este país que parió los hijos desaparecidos
prostituidos
secuestrados
abandonados en el desierto con la frente sudorosa
con la boca muda sin pronunciar su nombre
con la garganta agónica en busca del sueño
con la adeudada caricia de las madres invocando su angustia
rogándole a los santos que intercedan en su ascenso a los infiernos
me nacieron los hijos hambrientos del sueño americano
me nacieron analfabetos
caóticos
delincuentes
me nacieron roedores habitantes de una ciudad testaruda
me nació la ciudad agobiada transpirando el olor de las cloacas
las calles y su aturdida manera de mostrar el sarro de los orines
me nacieron los somnolientos bostezos de un niño huele-pega
del niño habitante mudo abstraído en su sueño urbano
del niño adorado rey de alcantarillas
me nació la suplicada nariz llena de coca
me nacieron los niños dibujando los sangrados círculos de sus vidas
me nacieron aspirando  la inclinada línea de los años
me nacieron galopantes los gritos por el crack
por la temblorosa agonía de escaparse un rato
por la temblorosa sonrisa perdida
por la temblorosa mirada que cicatrizan las heridas
temblorosas también las piernas líquidas de una niña en las calles
de la niña vendiéndose ante la fría liturgia del sexo
me nacieron las niñas raptadas
la decapitación incesante de sus senos
la mutilada forma de abotonar las noches
el laberinto carnal de construir los cuerpos
el asolapado misterio del sexo
Me nacieron los cansados días en el mercado
la agobiante tarde en busca de un muerto
la oxidada rutina de verme desnudo y sin cinco
me nació la hipotecada ilusión de una  casa
la deuda externa facturada con mi nombre
la cansada tradición de hilvanar los sueños en una maquila
Me nacieron los hijos traficantes
Me nació el lavado de dinero
Me nació la corroída mueca del narco
El diplomático parpadeo de los políticos
La inflamable historia de los corridos
La triste canción de  un tiro
La estoica versión de raptarse a los niños
La detonada travesía de traficar con el hambre
Me nacieron las temblorosas manos del sicario
El ajuste de cuentas tiñendo las calles
La bala perdida
Cae
La bala perdida te busca
La bala perdida tiene tu nombre
La adjetivada muerte de los niños
El desaforado destino de la muerte
Me nacieron las pandillas
La pactada muerte entre sus dedos
La tatuada cicatriz de un país sin memoria
La agobiada mutilación de los días
Los cementerios clandestinos
Y la agonía de salir a las calles
Las apiladas caricias de los cráneos sueltos
La decapitada mueca de los muertos
Me nacieron cansados los parpados
Los crucificados brazos  del silencio
la agonía de pegarme un tiro y entrar como un dios a los despojos que me dejó las postguerra

Maquila

Soy la mujer con el pulmón agujereado
Con mis manos  hilvano los cuatro puntos cardinales
Soy la madre sosteniendo el humo con la angustia
Soy  la artritis   gastada en la madrugada
soy yo
la madre de la maquila
la madre de todos los trapos
con mis ojos gastados voy buscando la luz en este camino
encadenada sobre la banca soy el despojo de mi carne
Soy todas las mujeres con  los vientres rotos
Soy todas las mujeres podridas que adornan las maquilas
Clotilde ha quebrado sus brazos  a la hora del fastidio
Sus dedos son hebras para tejerles pupilas a los niños
A todos los niños muertos que se van acumulando en este paisaje
A los niños que desprenden  la sangre de nuestras faldas
Angélica fue un
Con el rencor  mascado  vomitó toda la sangre
Abrió sus piernas como una flor marchita
Y rodó el niño alborotando todos los violines
¡Ay!  el retrato estremecido de todos los días
¡Ay!  la emoción amarga del descanso
¡Ay!  la angustia a la hora del receso
soy yo
¡la madre de la maquila!
¡la madre de todos los trapos!
Con mis manos sangradas estoy tejiéndole a la luna todo el silencio

Bala perdida

La niña juega a medir la soledad del aire
Busca la respuesta a los besos que su abuela le dio en la frente
Ella sabe que es lindo sentir un escupitajo  de vieja en la frente
La niña juega a medir la soledad del aire
Juega a  las  muñecas con la humeante mueca  de un árbol
Ella sólo necesita un momento para extender su  sonrisa  llena de caries
La niña juega a descifrar figuras en las nubes
Siente un beso acalorado en su vientre
Su desangrado nombre se desliza sobre el suelo
La niña llora
juega a medir la pólvora en el aire

Desierto

Para los niños migrantes

LA OSAMENTA ES  UNA PROLONGACIÓN DEL DESIERTO
la cruz de hueso que se pierde en el exilio
En el desierto se muere con el nombre tatuado de todos los hijos que quedan atrás
con la embarazada agonía de descubrirse incierto
con la lengua seca abrazando la saliva
En el desierto los muertos son una arena esparcida
duelen como una espina deslizándose  en la carne
duelen como la tumba en la que nadie se persigna
Es que no es fácil ver la arena como un veneno suave
cuando el sol se vuelve una ruina sobre la espalda
cuando la garganta es un pájaro apagado
no es fácil con la esperanza de toda una  familia
En el desierto se muere a los de pies del nopal con el corazón putrefacto
los cráneos ruedan como tren perdido
las piernas son rieles mudos que no encuentran el camino
las vísceras son una  cadena de flores de sangre
flores de muerto mostrando sus dientes
la lengua como un tajo de carne podrida se hace pesada
pesado también el andar ecuestre de todas las fronteras
de todas las carnes desgarradas en Tecún, Chiapas, Coahuila
En el desierto los muertos son un muro de huesos que se quiebra
Un río de sangre que se seca en cada manotada
Una bandera tejida con todos los dedos de Centroamérica
En el desierto
sólo en la piedra el cerebro destila lo amargo de los sueños
sólo la piedra se apiada de la carne
sólo la piedra es el epitafio de todos los migrantes

  • Del libro UMIT (Premio Internacional de Poesía «Pilar Fernández Labrador», España, 2019)

I [se]

Todo comienza amando la madrugada
Amando el canto de los gallos que buscan un nombre de luna
Todo comienza en la ternura de las flores y sus pétalos de sangre
Todo absolutamente comienza amando la saliva
Porque de la saliva y el barro somos
Somos la jícara y el destino de la tierra
Todo absolutamente comienza con la tibieza del día
Con la sonrisa caliente de todos los astros: el nacimiento del padre y el fuego.

Yo
Que soy saliva y barro, planta y ternura
Comprendo que somos bebidos por la luz y el día
Pero también, mi hermano, somos de la noche
De la oscuridad y la luna: la madre.
Todo comienza en la sonrisa de la jícara y de la raíz
En la plegaria de sangre que cantamos
Todo comienza en la tierra y el sudor
En la semilla que nace en la palma de la mano
Todo comienza en la nocturna sonrisa del delirio

No, no callamos la locura ni la muerte
Ni el disparo que quebró los huesos de la tierra
Y de los huesos que nacieron como piedras
Todo comienza pues, con la ternura entre las manos y con el odio entre los dientes
Todo comienza, mis hermanos, en el sueño de los pájaros y su grito de sangre

III [yey]

Yo soy el padre del que habla
Y hoy me arrancan de la tierra con las uñas sangradas en la nada
Yo soy el padre
El vejestorio de huesos que guarda un delirio de sangre
Yo
me niego a morirme cruzando los brazos de tristeza
Yo soy el puño y el grito
Porque lucho desde los rincones de la piedra
Tengo las fuerzas en la sangre que me bulle como un caballo perdido
Respiro
Y encuentro en mis manos los huesos de mis abuelos
Respiro
Y voy amagando con la amargura de mis años
Porque habitan en mí, todas las ansias de la primer cosecha
De la saliva del padre de mi padre
Y de la madre de mi madre
Porque me habitan todos como una cadena de huesos que me detienen para que no caiga
Por eso
Me adhiero a tu aroma agreste sorprendido por la lluvia
Me adhiero a la extraña suerte que nos invita el delirio
No me rindo
No me caigo
Me sostienen tus huesos
Y empuño en mis manos el ombligo de mi familia
La trenzada ternura de todos mis hijos
No me lo arrancan
Ni con el golpe, ni con la mentira
Ni con mil papeles que hayan firmado todos los tiranos
No se pueden llevar la tierra
No se pueden llevar mi casa
Porque mi casa no es sólo mi casa
Porque está habitada de todos los nombres que las sangre nos cosecha
Y al perderla, pierdo todo lazo que me ata a los años
Pierdo las caricias dibujadas de mis hijos
Pierdo los consejos de mi padre.
La tierra no se puede perder
Porque se perdería el sustento y la saliva
Perdería mi lengua y la voz
Es más, perdería el grito de la sangre
¿Y entonces, qué sentido tendría resistir?
Me quedaría mudo como la piedra
Me quedaría habitado por todos los vacíos
Nadie me vería zanjando los nombres de la sangre
Por eso, yo me resisto con el golpe
Yo me resisto agitado por el polvo y los astros
Y desde ahora, no encuentro el sosiego
Yo soy el padre del que habla
Y no me pueden quitar la tierra
Porque la tengo metida en cada herida de la cara
Porque han sido las manos de polvo que me sostienen
Y eso, señores, sólo se quita con la muerte
Yo soy el padre del que habla
Y no me pueden quitar la tierra
Porque la tierra es la carne
Porque la tierra es el hueso
Porque la tierra es el puño
Porque la tierra es la sangre
Porque yo soy la tierra

LUIS BORJA (Ahuachapán, El Salvador, 1985-2021). Poeta y profesor del Departamento de Letras de la Universidad de El Salvador. En 2014 obtuvo el Accésit del XXIV Premio Internacional de Poesía «Jaime Gil de Biedma» con su obra El disparo: cuentos del barr(i)o, publicado en 2014 por la editorial Visor. Otros poemarios son Letrosis (2013); Pus (2014); La herida del poema (2015); Mi hombro es una lágrima (2016); Un labial para las muertas (2017); y UMIT (Ediciones Diputación de Salamanca, 2019). También realizó la antología Subterránea palabra (2016). Miembro fundador del Taller de poesía del Parque (Ahuachapán), en 2006 ganó el Certamen de Poesía Universitaria y, desde entonces, ha participado en diversos festivales celebrados en países centroamericanos. Poemas suyos se han difundido en las antologías Invisible. Antología de poesía joven salvadoreña (Venezuela); Las puertas de la madrugada. Antología poética Cuba-El Salvador (El Salvador-Cuba); En el nombre de hoy (Visor, 2015); y Dictadura vintage (Chifurnia Libros, 2021). Con UMIT (2019) se alzó con la VI edición del Premio Internacional de Poesía «Pilar Fernández Labrador».

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