Texto de presentación del libro de poesía de Alfonso Kijadurías Por el ojo de la aguja, publicado por la Editorial El Venado Blanco (San Salvador, 2022)
Jorge Ávalos | Poeta, narrador, dramaturgo, director de teatro
Todos los poetas, creía el polaco Czesław Miłosz, formamos parte del Estado de la Poesía. Lo que importa en este Estado no es la genealogía de un poeta, su lugar en la historia de la literatura, sino la «imagen del poeta», y con esto se refiere a esa imagen que un poeta —el poeta o la poeta, en particular— construye desde su propia palabra y a partir de su obra poética. Estamos hablando del mito del creador creado por su propia obra. No creamos: somos creados por la poesía misma. La poesía es esta paradoja vital.
Lo que es tan curioso acerca de la idea de la imagen del poeta —y que Miłosz elabora muy bien, por cierto, al hablar de la poesía de Boris Pasternak—, es que, para poder analizar a un poeta desde su imagen, desde su mito, hay que analizarlo desde sus «tácticas». Este es el término que él mismo usa: táctica. No es un término literario, sino militar. Pero, como ya lo señaló el visionario William Blake, las guerras que libra el poeta son aquellas que ocurren entre la inocencia y la experiencia, entre el cielo y el infierno, entre la iluminación y el olvido.
Por el ojo de la aguja (Editorial El Venado Blanco, San Salvador, 2022) de Alfonso Kijadurías (El Salvador, 1940), se puede leer como un manual de tácticas poéticas, necesarias en el mundo tan peligroso en el que vivimos, pues las guerras anunciadas por Blake han adquirido un cariz apocalíptico ahora que estamos ante la posibilidad de una tercera guerra mundial. ¿Cuáles son las tácticas que necesita un poeta para estos tiempos? La primera táctica que encontramos en este libro de poesía, es la extraordinaria disposición del poeta al fracaso.
El poeta está inmerso en la historia, y aunque no puede escapar de este arraigo en la historia, de la inevitable historicidad de sus palabras, su acto —el de escribir un poema o el de conjurar la imagen—, es el de trascender la corriente de la historia, para encontrar eso que aún es posible cuando lanza los dados de su conciencia sobre la página en blanco: la cifra de la redención, la liberación de las ataduras del mundo, el hallazgo de nuestra esencia, tan humana. Cada poema, por ello, y así se siente en la obra de Alfonso Kijadurías, es un triunfo y un fracaso. El acto poético trasciende la historia, pero nos conecta a ella, indefectiblemente, pues la imagen, trémula, es como el cordón umbilical entre nuestra consciencia individual y la colectiva. Escribimos en soledad, pero sólo para descubrir que no podemos dejar de ser parte de la comunidad humana.
Como, en efecto, no podemos escapar de la historia, Por el ojo de la aguja nos remite una y otra vez hacia el escandaloso tropel de la estupidez política y social con la que el odio y la guerra nos arrastran hacia el vacío del olvido y hacia la irrelevancia de nuestra especie, pero el poeta lo hace para recordarnos lo que aprendimos, desde hace dos mil años, de los sabios y poetas del mundo. Este diálogo, entre la voz poética actual y la de los poetas universales podría salvarnos. El eco de esas otras voces aún resuena en la poesía de Kijadurías: lo que está arriba está abajo; lo que está adentro, afuera; y ahí donde la certeza de la duda es inevitable, sólo la intuición nos salva.
Hay otra táctica importante en la poesía de Kijadurías. Pero… «¿Por qué?», se preguntarán ustedes, «¿no le basta al poeta con el fracaso?»
Así como no podemos escapar de la historia, tampoco podemos escapar de nuestro propio sentido de mortalidad, el cual, en la poesía, se convierte en una actitud, eso que también llamamos estilo. El estilo es nuestra actitud hacia el mundo. Pues resulta que el principal rasgo de estilo de Kijadurías es el juego verbal. Entre las palabras que se ven a sí mismas en el espejo de una inteligencia que cuestiona sus significados, las ideas surgen y buscan su momento de mayor lucidez en la imagen, o en ese destello súbito de un atisbo de sabiduría, de claridad fugaz ante el caos.
La literatura es una reafirmación permanente de que el juego es una necesidad existencial. Si cada libro es una ofrenda para jugar a la vida, leer un nuevo libro de Kijadurías comienza siempre por una detección de las reglas del juego. El estilo del autor y todo lo que el estilo reviste y transporta ofrecen las claves para entender y gozar de la lectura. Ese estilo es el umbral a las reglas del juego. Con una ejecución precisa, una obra de literatura parece la realización de una visión singular, pero, en el fondo, es un juego virtual para la conciencia humana porque es nuestra conciencia, la del lector, el campo de juego.
Durante la lectura de Por el ojo de la aguja, un poema me estremeció y me obligó a permanecer en silencio varios minutos, y luego tuve que leerlo y releerlo varias veces. Es el cuarto poema (IV). Hay un juego de palabras en la primera oración, pero éste se hace invisible porque de inmediato se impone la fuerza de su verdad:
El día en que yo nací, nació la muerte conmigo. Esplendor de la mañana, tiniebla del anochecer. Vano, inútil fue el afán de buscar una palabra que unificara todas las palabras. La arena del tiempo se evadió entre tus manos. No. No trates de entender porque no hay nada que entender. No somos más que polvo, efímera materia que se expande en el aire. El día en que yo nací, nació la muerte conmigo. Esplendor de la mañana, tiniebla del anochecer. Inmortalidad: jamás me deslumbró tu espejismo, el resplandor que ciega. Después de todo sólo quedarán los clavos, la corona de espinas que circundaron siempre tu cabeza.
Hay un elemento de filosofía en este poema y en todo el libro. Pero no nos confundamos. La filosofía es un viaje hacia la comprensión; la poesía es un viaje hacia la lucidez que precede a la incomprensión. Esta es otra táctica de Kijadurías: el viaje secreto que busca desmontar el ruido de Babel.
Me explico. La filosofía es un viaje desde el origen o, al menos, pretende serlo: hay un origen y lo explica, hay un sentido y lo desglosa. La poesía es un viaje hacia el origen, y las explicaciones son innecesarias, pues lo que importa es el trayecto en sí: el caos cobra sentido, lo disperso se une en las configuraciones más inesperadas, y el origen mismo de las cosas es recreado, aunque nunca haya existido. La poesía crea; la filosofía no hace nada más que constatar, aunque no lo entienda así, que la poesía existe. El destino de la poesía no es la explicación del origen, más bien demuestra que nuestro destino es el origen. Si no entienden lo que acabo de decir, lean el manual.
Quizás la táctica más importante de Kijadurías es confrontar el silencio. El silencio de la página en blanco. El babélico silencio. El oro del silencio. El polvo del silencio.
La poesía es un acto, no por lo que nos dice, sino porque nos acerca y nos guía hacia lo que existe en el territorio del silencio. Cuando un poeta habla con claridad, no lo hace porque quiere hablar claramente, sino porque busca transparentar la palabra para que el lector atraviese la ilusión de los significados aparentes hacia lo inexpresable, lo indecible o lo que evade nuestro entendimiento. Todo libro de poesía podría comenzar con la invitación: “Hablemos de lo que no puede ser dicho con palabras”. Si esta frase no aplica, no estamos ante un libro de poesía.
Pero también está el silencio que se ofrenda. El blanco silencio de la nieve. El cielo como si fuera una página en blanco. Y ante esta permanente ofrenda, las palabras agudas como la aguja del silencio. Cada espacio vacío es una ofrenda para un creador: la página limpia para el poeta, el lienzo en blanco para el pintor, el escenario desierto para el actor y la cama libre para el amante y el amor.
Al cerrar la última página de Por el ojo de la aguja de Kijadurías, llegamos a la convicción de que leer poesía es vivir en lo pequeño, en los detalles preciosos y memorables de la vida. Y es morir en lo grande, en donde no basta el recuerdo, en donde sólo cabes en el inmenso vacío de tu ausencia última. Por eso es reconfortante que en cada niñez resurge el paraíso: la vida con nuevos ojos, el mundo al momento de ser descubierto, el amor ubicándonos al centro del universo. Algún día, ese paraíso parecerá ser la obra de un dios, pero será, en realidad, la creación de un infante. El poema XLVII de Por el ojo de la aguja comienza con un verso que por sí mismo es un poema: «Cuando era niño, el mundo era otro niño». He ahí el camino hacia el origen.
Así que aquí lo tienen. Hemos hablado de un loco que está en permanente diálogo con poetas que han muerto hace cientos y miles de años, que dedica su tiempo a interrogar el silencio, y que, jugando con las palabras, ha escrito el testimonio de su fracaso.
¿Qué más podríamos querer de un libro de poesía?
San Salvador, 15 de marzo, 2022.
Centro Cultural de España.