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Telarañas: breve encuentro con el hartazgo

El periodista cultural Ramiro Guevara, comenta de la intervenciones artísticas de Regina Galindo, y, en particular, de su poemario Telarañas

Ramiro Guevara / Comunicador social, periodista cultural y escritor.

«Sin pellejo en los huesos
bajo veintiséis años de tierra
seguimos aquí.»

Corría el año de 1999. Una mañana, en el Arco del Edificio de Correos de la ciudad de Guatemala, la imagen de una joven en vestido blanco, sujetada a un arnés, colgaba sobre el tránsito caótico de la cotidianidad de la ciudad. Al principio los transeúntes pensaron que se trataba de una suicida. Las noticias que llegaban desde Japón a América Latina, decían que el siglo XX cerraría su ciclo con una epidemia de suicidios en la nación nipona. Desde luego, había temor de que aquello ocurriera también en estas latitudes, y el acto de la joven encendió las alarmas.


Lo voy a gritar al viento (Marvin Olivares Ron Mocán,1999)

Ella era Regina José Galindo y sigue viva. Aquello no fue un suicidio ni un acto terrorista. Se trató de una intervención pública poética. La primera de muchas. La joven no se lanzó al vacío. Leyó poemas escritos en páginas blancas, que a medida iba recitando, eran desperdigados para que estos cayeran encima de los autos que pasaban debajo. La acción se llamó Lo voy a gritar al viento.

Al año siguiente, en el 2000, Regina fue encontrada desnuda, empaquetada en una bolsa de plástico transparente, en medio del basurero municipal de Guatemala. Otra vez creyeron que era víctima de un crimen y empezaron a llegar los curiosos, pero Regina estaba viva, y a través de aquello protestaba contra la falta de justicia que había hacia las otras mujeres que sí eran desechadas por sus asesinos como cualquier resto de basura, en mantas, maletas o bolsas de plástico en los basureros de las ciudades latinoamericanas.



No perdemos nada con nacer (Belia de Vico, 2000)

Tras otra serie de acciones, Regina volvió a irrumpir en el espacio público en 2003. Realizó una caminata desde la Corte de Constitucionalidad hasta el Palacio Nacional de Guatemala, vistiendo de negro, descalza y llevando consigo un recipiente lleno de sangre humana. Antes de dar los pasos, sumergía sus pies en el recipiente y una vez llenos del plasma escarlata, emprendía la andanza dejando las huellas de sangre impresas sobre el concreto. En ese año, el dictador y genocida Efraín Ríos Montt, descaradamente se había vuelto a postular para la presidencia bajo la bandera del partido de extrema derecha Frente Republicano Guatemalteco (FRG). La caminata de Regina era un rechazo a la candidatura de Montt y un recuerdo de las atrocidades que su Gobierno cometió contra población civil, especialmente con las personas indígenas entre 1982 y 1983.

Las acciones disruptivas de Regina la consolidaron como una de las artistas conceptuales más originales de Centroamérica. En 2005 fue reconocida con el premio León de oro que otorga la Bienal de Artes de Venecia. Su recorrido como artista del performance es amplio, pero antes de irrumpir en los espacios públicos, ya sea escribiendo en su pierna con un cuchillo la palabra PERRA, o permaneciendo inmóvil, desnuda y en posición fetal sobre un arrecife hasta crear un charco con sus propios orines alrededor de ella, Galindo compuso muchos poemas. Es quizá esa vocación poética la que la llevó a buscar en la realidad imágenes espeluznantes y viscerales encarnadas en su propio cuerpo, con el objetivo de contar el sufrimiento y la opresión del pueblo guatemalteco. Un horror a veces indecible, muy difícil de describir solo con palabras. 
 

No perdemos nada con nacer (Belia de Vico, 2000)

Algunas de esas composiciones poéticas que Regina escribió se encuentran reunidas en el breve pero impactante poemario Telarañas (2015, Ediciones del Pensativo). Esta obra destaca por su agudo y honesto sentido del hartazgo ante la indiferencia, la burocracia o el sinsentido de una región que ha criminalizado a las mujeres y a los más vulnerables desde tiempos inmemorables. Solidifica en palabras el cansancio, la pena, la rabia, y a veces, muy puntualmente, el deseo de cambio. En este poemario, Regina se enfrenta a sus miedos y reta al sistema frontalmente: «Odio que me llamen ángel / Yo que lo único que quiero es fuego», declara.   

Telarañas emerge de un útero lacerado. Un libro escrito en la oscuridad pero no a ciegas. Hay en sus palabras una razón delirante y angustiante, pero liberadora. Es el rastro cenizo que deja un incendio. Una revelación de llantos contenidos y risas burlonas que revientan en cada verso, como la irreverencia -y la inocencia abandonada- del que se burla del policía en sus narices, o del que con solo intervenir una publicidad a través de un grafiti, le cambia el sentido y el rumbo a todo el mensaje.


¿Quién puede borrar las huellas? (Víctor Pérez, 2003) 

Regina escribió estos poemas entre los años 1999 y 2014, y sin embargo parecen haber sido escritos ayer, o incluso menos tiempo: hace unos días o hace menos que un yoctosegundo. La actualidad o atemporalidad de su poesía convierten al libro en un objeto contestatario, perfectamente listo para inscribirse en un cartel para una protesta en la plaza pública, o si nos ponemos muy superficiales, en un raquítico e incendiario tuit lanzado de madrugada. Este hecho se debe al encuentro entre el lenguaje coloquial o popular, con ciertas estructuras helénicas de la más alta filosofía esnob.

Cuando la poesía baja a las calles y acompaña el camino de los descalzos, un brote mágico y reparador se esparce por las palabras que, como diría Roque Dalton, se vuelven pan y alimentan a los hambrientos de justicia o de ternura. «Con esta piel tejeré una sábana y te cubriré del frío». Haciéndole justicia al título del poemario, uno se deja atrapar como mosca por esa telaraña que Galindo ha tejido con su indignación y sus caricias. Con ese amor fogoso de amante clandestina, de hija irreverente y al mismo tiempo y medida, con la sustancia que desprenden los cuidados de una madre rabiosa que no permitirá que le toquen a sus hijas. Incluso a las que no han nacido.



¿Quién puede borrar las huellas? (Víctor Pérez, 2003) 

La palabra en este poemario es performativa, escénica, teatral. Las imágenes desbordadas sacuden los sentidos e irrumpen el misterioso espacio de la imaginación. Se quedan como piedra en el zapato. Una vez pensadas, una vez imaginadas, es muy difícil volver al estado anterior. Galindo se esfuerza por jugar y sostener ritmos y velocidades trepidantes, pero que de pronto, de un momento a otro, se vuelven leves como la seda de la telaraña. Los versos hacen las veces de fotogramas iracundos que se escapan a toda corrección política o moralista, porque de fondo son declaraciones íntimas dichas al viento, como aquella primera intervención en el Arco del Edificio de Correos. 

«Apaguen televisores
desconecten internet
dejen la poesía para tiempos peores
y salgan a las calles a respirar
a bailar
a tomar

que la vida es muy corta
y la guerra ha terminado».


Perra (Prometeo Gallery di Ida Pisani, 2005) 

En medio de la sordidez, de los guiños oscuros que hablan de muertos, mujeres violadas, políticos corruptos, sexos reprimidos, depresiones anímicas que se vuelven económicas, naciones violentas donde solo florece el odio, Galindo y su lector, encuentran un espacio de descanso como la sombra fresca de un árbol que arropa del cansancio que producen las malas noticias que asaltan a nuestras sociedades centroamericanas. Por esta razón, pese a la brutalidad con la que la violencia estructural nos ha condenado, hay un triunfo que cae sobre las amarguras personales tras leer este poemario, que aunque hable tanto del silencio y el mutismo que produce el horror, la invitación es para hablar, exigir y no renunciar a las convicciones que nos han hecho sobrevivir a la tempestad.

Isla (Leonardo Engel, 2006) 

Nota del editor: todas las fotos han sido retomadas del archivo público de Regina José Galindo, disponible en su sitio web https://www.reginajosegalindo.com/

Ramiro Guevara (San Salvador, El Salvador 1997). Comunicador social, periodista cultural y escritor. Corresponsal y coordinador de las estrategias de comunicación en el periódico El Faro. Ha colaborado en los medios No Ficción, La Prensa Gráfica (LPG), Revista Gato Encerrado, Grafomaniacos, Revista Espacio e Informativo In Tempo. Finalista en el certamen literario de Nueve Editores de Colombia, en la categoría de Novela Latinoamericana.

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