Derrotero

El poeta salvadoreño Javier Fuentes Vargas nos comparte una selección de su material inédito Derrotero, poemario donde dialoga con la pérdida, el luto y el pasado.

Javier Fuentes Vargas /Poeta y narrador

Oficios del vagabundo 

Alumbrar a los perros del camino.
Saber que la muerte jamás estuvo en su itinerario.
Tallar una máscara precisa
a la medida de todos los rostros del mundo.

Encumbrar breves pájaros de barro
moldeados con las mismas lágrimas 
que asisten a su soledad.

Arqueología

Escarbar, con nada más que mis manos, 
el reflejo del sol haciendo ondas en el agua.
Apartar con desesperación su incandescente piedra,
arqueología que me permite acceder al esqueleto de la sombra.

En el fondo, todo vestigio es una muerte en pausa,
una burocracia no concluida con el olvido,
la única puerta que tenemos para visitar el pasado.

Con eso en mente, desgasto mis uñas contra el polvo,
remuevo todo calendario 
hasta introducirme en las lluvias que la tierra aún recuerda.

Luto

Cierro la puerta como quien apaga la lluvia.
Afuera, cada gota es un simulacro de apocalipsis,
un silencio interrumpido por un disparo de nube.
Dejo la llave sobre la mesa 
reflejando la luz que entra por la ventana 
y me dispongo a buscar tu presencia por todo el hogar.
Mamá asoma su camisón triste desde la oscuridad del cuarto.

Entre pesados sollozos me dice que te has ido,
que tu decisión no es mi culpa,
que tu ausencia será transitoria
y te veré cada cierto tiempo en forma de regalos y postales.
No logra concluir explicaciones,
un luto inevitable empieza a crecerme en el rostro.
No le digo nada, no sé en qué idioma pensar tu ausencia.
Camino hacia mi cuarto, este cuarto
desde el cual empiezo a ver la casa como una gran tumba.

Una ciudad amurallada

A Óscar, testigo de esta luz

Los semáforos nunca tuvieron
una cara amistosa para quien espera
el tránsito inoportuno de la muerte,

tanto aquí
como en mi ciudad golpeada por el viento,
la espera es un mar agitado
que no permite ver los pies hundidos 
en su profunda voz de sal.

A las orillas del mar
una muralla da la cara con orgullosa rigidez.
Ningún hombre detrás de ella
se imagina que las olas acarician la orilla
como consolando al ahogado.

Cartagena de Indias, 2 de noviembre de 2024

Máquinas de sosiego  

Las manos son máquinas de sosiego.
Ellas contienen la cúspide del corazón,
el tacto alfabético del deseo.
Tallan, con su pausada lengua, 
talismanes que juran proteger 
el tránsito del horizonte por el ojo del ofidio. 
Las manos encierran la sal que cae
de los pájaros que migran,
la cristalizada luz de los semáforos,
el amante dormido bajo la sombra del párpado. 

I.
Mis manos sostienen una máquina dispuesta a pausar la luz sobre la espalda del tiempo. Tomo una fotografía. Mis manos arden de relojes, retozan calendarios que buscan la fecha donde nace este fuego detenido en las pupilas del alba. 

Cierro mis manos hasta nacer un puño. Golpeo el instante hasta que se revela inmóvil, casi un conjuro sobre el papel fotográfico. Las manos son máquinas de sosiego: con la caricia correcta todo tacto es cincel, toda fotografía estatua moldeada por los ojos.

II.
Los ojos se cierran tras la promesa de otro día. En su cúpula nácar reposa la extensión del cuerpo: frontera de sentido, jaula destinada a la experiencia del abandono. Los ojos deshabitan la luz cuando la muerte. 

Abro las manos

Abro las manos en medio del asombro:
mueren de tambor, 
hacen fallecer al fagot desgranado sobre el silencio,
diluyen la tensada cuerda con la caricia extraviada 
en el devenir de esta urgencia 

I.
Un trozo de canción masticada por la luz de los incendios hace de su consonante callada una estancia donde reposan los niños su más triste melodía: la tosca voz del padre que apaga todo discurso como cigarros sobre sus ojos.

II.
El humo es una tenue canción que no se disipa con abrir la ventana.

III.
Nunca vi a las cortinas cerrarse como ahora. La luz, extraviada
corchea de la esperanza, golpea con desesperación este cristal
indolente, 
logra astillar el silencio y cuela una vaga nota para iluminar la casa: 

Fotografías de ángeles anestesiados.
Pájaros sostenidos en el resonar de los inviernos.
Partos copiosos de nube 
cubriendo la casa con su brillo 
amargamente insostenible.

Javier Fuentes Vargas. (Santa Ana, El Salvador, 7 de diciembre del 2000). Poeta y narrador. Egresado de la licenciatura en Antropología Sociocultural en la Universidad de El Salvador. Ha publicado los libros de poesía: “Vaho” (FlowerSong Press, Estados Unidos); “Desterrarse” (Sión Editorial, Guatemala) y “Origami” (Editorial Equizzero, El Salvador).  Las plaquettes de poesía: “La muerte llegará” (Artesanos & Editores, El Salvador); “Un lugar donde espero no morir sin conocer el odio” (Incendio Plaquettes, Guatemala); “Para hacer tropezar a las hormigas” (Chifurnia Libros, Honduras) y “Un pasado sin testigos” (Periódico Poético, México). Además de la plaquette de microrrelatos: “Mal Cuerpo” (Chifurnia Libros, Honduras). Poemas suyos han sido traducidos al inglés, esloveno y rumano. Ha participado en diferentes eventos y lecturas a nivel nacional e internacional entre las que destacan el IX Festival Internacional de Poesía Aguacatán, Guatemala y XXVIII Festival Internacional de Poesía en Cartagena, Colombia. Su poesía ha sido publicada en diferentes revistas impresas y digitales de Latinoamérica, España, Eslovenia y Rumania. Así mismo en diversas antologías. Con su libro “Origami” obtuvo el accésit del XIII Premio Centroamericano Ipso Facto de poesía 2023.

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