Instante o eternidad

El poeta argentino Carlos barbarito nos comparte, en exclusiva para El Escarabajo, poemas inéditos de su más reciente producción

Carlos Barbarito / Poeta


Unívoca, se asemeja a la bruma…

A Gabriela Aberastury

Unívoca, se asemeja a la bruma,
nos esperará pronto detrás de una puerta entornada;
no es de su especie el ancho mediodía
ni el timbre de la voz desde el escenario
ni el veloz zambullirse del ave en el agua calma;
qué entonces del guión que vacila,
del pan servido entre anuncios y temblores,
de la prometida recompensa a los que viajan;
si hay lámpara la iluminación es sólo a medias,
si hay oscuridad no hay total extravío,
si alguien llora no es con lágrimas,
si alguien ríe no puede evitar el repetido paso del cometa;
adiós a los nidos, a las divagaciones,
 a los dibujos en el reverso del papel,
a la danza entre arenas y malezas,
a la edad, al pulso de la edad, tan ligera como colmada.



No tiene lugar, no se impone…

No tiene lugar, no se impone; flota
lejos, cabeza y pico de pájaro ciego;
en el descarte, en el seguro retroceso
de sombras como mantarrayas,
como figuras del extravío,
como vanos remedios para un niño
que se acuesta para no despertar;
apenas un hueso, una linfa reseca,
una urgencia sin motivo;
no tiene espacio, no halla geometría
ni ebriedad, ni solsticio:
qué fiebre lo consume,
qué tenglón, qué abertura,
qué alma dividida, expuesta a la radiación,
al peso desnudo al que urge
un ocaso vasto devenido en tedio;
instante o eternidad, no importa,
firme evidencia de la noche,
agua que no hierve, sola,
en un breve inmenso patio
adonde van a caer las hojas secas.



Luego del cíclico deshojarse…

Luego del cíclico deshojarse,
sobreviene la pregunta, inevitable,
qué cosa es la vida y qué cosa es la muerte.
Regresa entonces el mínimo animal
que roe y roe el mismo barrote de su jaula
y la misma escena representada de espejo en espejo:
alguien que pinta un muro que enseguida se despinta.
El único color del suelo se refleja en el cielo.
Porque, ahora, el cielo a sólo reflejar se resigna.
No hay, como siempre, una respuesta.
La pregunta es, como siempre, un desperdicio
de tallos que, bajo el peso, se inclinan,
de aguas a las que algo enturbia,
de alimentos que no nutren.
Y otra vez, el unánime dominio
de la roca sobre la nube,
de la sombra sobre el cristal,
de lo que se aleja sobre lo que, deseoso, intenta acercarse.



De cobre, no de oro…

De cobre, no de oro, es el reflejo
que salta hacia la vista. Breve
comunión para tan larga espera,
soles que caen, sólo sombras
que se difuminan. Nace torcido
el ojo del caballo: allí
pregunta el mundo por la muerte
y obtiene apenas un retazo
como única respuesta.
Lo mismo que pierde la memoria
es lo que gana en desnudez,
en mano pegada al calor del asfalto,
en cuarteta mal resuelta,
en refugio que no refugia,
en amor que vacila ante el abismo.
De cobre y no de oro:
bebida que al ser bebida no sacia,
cielo con someta
que el niño mira desde un patio de tierra.


Qué nos dice adiós…

What good does it do?
Mark Strand

Qué nos dice adiós y qué nos espera
cuando no es el viento lo que agita las ventanas.
Qué fantasma nos abriga cuando es medianoche
y no hay espejo capaz de reflejarnos;
entonces vibra aquello que no asiste a la vida
y es la vida restos de un banquete
que nunca aconteció. No debiera ser
nuestro lugar este en el que nos alojamos,
pero lo es; fractura expuesta
en la nerviosa respiración del cordero,
vasto dominio del carbón más allá de la orilla
y bandadas ocultas por las nubes
que gritan ¡futuro! y se pierden en la tormenta.
No es nuestra la vía liberada
como no lo es el pasaje hacia el firme mediodía;
un ligero pero visible temblor
en las manos nos delata: para qué,
entonces, la palabra fijada en el filo del papel,
la escena en dúo o en trío,
la sala vacía, la renovada puesta del fracaso.


Despierta del letargo…

Despierta del letargo para ser el mismo.
A la deriva el agua del bautismo
y la falsa llave de la puerta del encierro.
A pulso el primer día y la última noche,
el parir de pie para no dejar hijo;
agua quieta o rizada y pálido el rostro,
lejana visión de una telaraña
y el peso que hace crujir el deseo
hasta aplastarlo contra una tierra
que pide a gritos una renovada niñez.
Ni anuncio ni presagio:
se ahuecan y se agotan el individuo y el coro;
quién puebla ahora el patio
y mira pasar la bandada antes de perder los ojos.

A un paso pero todavía en el arenal…

A un paso pero todavía en el arenal,
en el instante eterno de la aflicción;
la venta entornada y el golpe en el pecho,
el gesto que se vuelve crudo, grave
y el adiós grumoso, triste, anudado y ciego.

¿Y tu mano, tu mano entera, firme, lograda?


Digo pronto pero sé

Digo pronto pero sé que no lo será.
Deberán pasar horas talladas en roca,
días y noches desprendidos de una luna inerte,
años confusos y tareas mecánicas.
Antes habrá una llama
curvada bajo el peso,
un suelo gastado por mil pies indiferentes,
un aire sólido sin atajos ni pasadizos;
deberá suceder una herida universal
antes de mi cadera ganada por el más vivo insomnio,
de tu vientre que hasta lo más oculto
y perdido recobra. ¿Pronto?
(todavía el cielo no es unánime,
la tierra duda ante el enigma del abismo,
lejos aún se queman los restos del Diluvio,
aún se imponen el destierro,
la vanidad, el desprecio.)


Ahora, la salida y la entrada del día…

Ahora, la salida y la entrada al día,
la borra del café, la cáscara de la naranja,
el silabeo y el percutor, la luz en la superficie,
el ala plumosa y el ala desnuda,
el largo cortejo, la balanza, el ancho tapiz,
la tierra negada y la tierra prometida,
el tambor y el fracaso, el gruñido y el verbo,
la sección áurea, la sombra que se disipa,
la sombra que permanece, el árbol desatado,
el árbol que se inclina con cada tormenta,
el ave y la solicitud, la melodía,
la visión, la guarida, el descuido, el desorden,
lo que hay bajo los pies, lo tenue y la soldadura,
la baya, el olor místico, la quijada, el estío, las voces…

Deja una respuesta

Your email address will not be published.