Poesía es resistir

Editorial poesía es resistir

Desde junio de 2019, como todos debemos saberlo, el autoritarismo ha venido ganando terreno en El Salvador. El ejercicio de la presidencia al estilo del político outsider, como lo fue Trump en Estados Unidos de América o Bolsonaro en Brasil, ha venido erosionando a pasos agigantados la poca institucionalidad que había ganado el país desde los Acuerdos de Paz. La militarización de la Asamblea Legislativa del 9 de febrero de 2020 fue el inicio del fin. La crisis institucional se profundizó con el Golpe al Sistema Judicial del 1 de mayo de 2021, y la democracia colapsó con las decisiones de los funcionarios impuestos: la autorización de la reelección presidencial inmediata, la destitución de jueces mayores de sesenta años, la instrumentalización de las instituciones del Estado para la persecución política, son algunos de los actos arbitrarios, inconstitucionales y autoritarios del ejercicio caudillista del Poder. Porque desde el 1 de mayo de 2021 en El Salvador ya no existe la independencia de los Órganos del Estado, la independencia judicial, la fiscalización al irrespeto de los Derechos Humanos ni el andamiaje democrático del sistema de pesos y contrapesos de una democracia saludable que respete no solo a las minorías sino también toda libertad de pensamiento. Los ciudadanos no deben ser ajenos a esta realidad, ellos se tienen que informar sobre cada decisión que se tome desde el Poder, la prensa debe informar y las organizaciones de la sociedad civil, a falta de entes fiscalizadores del Poder como la Fiscalía General de la República o la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos, tienen que explicar a la población las consecuencias de todas estas decisiones o actos del Gobierno.

Los escritores no son ajenos a la fiscalización del Poder. El Salvador tiene una gran tradición literaria en cuanto a escritores que, inclusive, han dado su vida por defender las causas del pueblo. Desde los poetas fundacionales de este estilo como Oswaldo Escobar Velado, pasando por toda la Generación Comprometida, y finalizando con los poetas de la Generación de la Sangre o los poetas militantes que murieron durante el conflicto armado, El Salvador siempre se caracterizó por mantener sendos focos de resistencia en sus poetas. Es evidente que los tiempos cambian y que nadie pide, de forma obligada, que el escritor se comprometa con la realidad que lo circunda. Miles de páginas se han escrito en los últimos treinta años sobre la literatura comprometida y de cómo esta ejerce determinadas influencias en la creación. Pero parece ser que algo no cambia en El Salvador: su falta de memoria que lo hace repetir su historia. Así, en tres años del nuevo Gobierno, se puede afirmar que hemos retrocedido aproximadamente treinta años en temas relativos a la democracia y la institucionalidad. En esta coyuntura, cabe preguntarse: ¿Dónde están los poetas? ¿Será que hoy en día los poetas no entienden los laberintos de la realidad y no son capaces de discernir entre la supuesta legitimidad que otorgan las mayorías y el evidente deterioro de la democracia? El voto de las mayorías no es un cheque en blanco para destruir la democracia, no es una excusa para amedrentar y perseguir a quienes identifican como «el enemigo», y ciertamente tampoco es una bandera para tratar de obtener legitimidad a cambio de favores literarios.

Se comprende que haya poetas que guardan silencio debido a sus lugares de trabajo. También se podría comprender que la ignorancia sobre temas de institucionalidad es una bendición conveniente. Pero no es comprensible que muchos poetas que se jactan de intelectuales no puedan identificar la bota del fascista cuando la tienen en sus caras. Hoy en día, incluso, hay escritores que fueron de la Generación Comprometida, o que fueron combatientes, que guardan un penoso silencio. La libertad de expresión o de elección tampoco debe ser una excusa para ocultar el polvo y los cadáveres bajo la alfombra roja. En la historiografía literaria salvadoreña también hubo poetas que han preferido callar o escribir de cualquier otra cosa, menos de la realidad salvadoreña, están en su derecho, claro está. La literatura tampoco es una camisa de fuerza ni mucho menos un uniforme. Pero los poetas, antes de serlo, también son ciudadanos, y como ciudadanos sí que estamos comprometidos a profundizar sobre la realidad nacional. La toma de posición es válida en esta coyuntura, ya sea negándose a participar en actos oficiales o donde exista un matiz oficialista, o bien escribiendo o saliendo a marchar a las calles, entre otras formas de tomar una posición. Pero cierto es también que el silencio es una forma de tomar posición, el silencio es cómplice y quizá sea mucho peor que la posición contraria, pues gracias al silencio se legitiman las atrocidades. Al final, como bien escribió Roque Dalton, ese poeta que el mismo régimen aparentemente salvará de la impunidad, a muchos, el sol «los encontrará parados en su centro». La poesía es resistencia, y hay muchas maneras de resistir, pero el silencio y la supuesta neutralidad no parecen salvar a nadie de la historia. Después de todo, el silencio también es una toma de posición, clara y evidente, rotunda. Estamos en un período crucial para la vida democrática del país, un período en el cual se agradece que no existan ni las medias tintas ni la tibieza. Es preferible que defiendan al régimen de forma directa, sería una posición mucho más honorable. Podrán guardar silencio, sí, y navegar con la bandera de la neutralidad. Pero ella, la historia, y la poesía, no los absolverá.

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