Por Alfonso Fajardo
Luce mil novecientos treinta y dos y sus sogas colgando de los árboles
Luce ochenta mil sombras que se elevan sobre tus hombros de terrorista infantil
Luce
luce la brillantez de la podredumbre de tu ceguera
Luce un país dentro de otro país dentro de otro oh rey de la nada
tus homólogos
con lágrimas tatuadas en los los párpados también son presidentes de sus propios infiernos
Luce
luce un paraíso que solo en tu brumosa mente existe ah becerro de oro y bronce
Luce el hambre como el más grande de los espejos de tus juegos terribles
Luce las tanquetas en las calles por donde la sangre se filtró
Luce el fusil ahí donde los muertos edificaron el estridente silencio de la esperanza
Luce
luce el verde olivo oh desmemoriado niño que aún defeca en sus pantalones
luce ejército de hombres y mujeres uniformados con emes y eses que piden perdón a sus madres
(por su vida loca
lúcelos
no escondas el polvo negro de la historia bajo las alfombras rojas del olvido
Pero no me pidas que luzca mi bandera
porque mi bandera no fue la azul y blanco sino la blanca del hambre
esa escondida por treinta años
Mi bandera se siembra en una montaña de huesos como sueños
Mi bandera es el dolor
y en ella solo hay lugar para lucir la sangre y el horror
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Bicentenario: Independiencia centroamericana, identidades culturales y olvido