Las angustias se quedaron en tierra

Homenaje a Luis Borja por Carlos Cañas Dinarte

Carlos Cañas Dinarte escribió para El Escarabajo este sentido y personal homenaje a su amigo Luis Borja. En cada palabra deja ver la camaradería entre ambos y hace que entremos en esas conversaciones que suceden solo en la complicidad de la amistad y la vida


Carlos Cañas Dinarte | Investigador histórico-literario, editor y docente salvadoreño


Luis Borja (Ahuachapán, 1985-San Salvador, 2021) fue un titán de las letras contemporáneas salvadoreñas. Lo conocí hace unos 15 años, en San Salvador y Santa Ana, en las luchas diarias por la investigación y el conocimiento, esas que se luchan por igual desde los escritorios, las bibliotecas y las salas de empinar el codo hasta entrar a otras dimensiones de la realidad.

Luis era joven y activo. Siempre lo fue. Hablaba con entusiasmo de su hijo, que bebía café a su lado. Después, me hablaría quizá menos de su otro descendiente, pero siempre con una característica: lo hacía con mucho amor, mucha ilusión y mucha angustia por el futuro de ambas criaturas, sus madres y su propia progenitora. De hecho, mi última conversación con Luis tuvo que ver con su madre, de quien me contó que estaba enferma y que necesitaba una operación. Para entonces, el cuerpo de Luis ya resentía los primeros síntomas de esta pandemia que nos ha privado de tantos amigos, parientes e intelectuales en El Salvador.

Luis era un entusiasmo que había que encausar siempre. Si no, se desbordaba. Fue importante platicar con él para que lograra sus títulos en Letras y Cultura Centroamericana, igual que su ingreso en la Facultad Multidisciplinaria de Occidente, manejada por la Universidad de El Salvador en la ciudad de Santa Ana. Fue importante hablar con él y recomendarlo para diversas actividades académicas en San Salvador, algunas de las cuales le abrieron puertas y hubo pagos, pero otras no le ofrecieron más ocasión que incrementar su creciente currículum literario y laboral.

Luis sufría. Sus versos me revelaban a un hombre angustiado a diario, por muchas cosas. Recuerdo con dolor un poema que me envió al correo electrónico, donde el poeta casi le suplicaba al cajero electrónico que le diera dinero para atender sus necesidades vitales y las de los suyos. Fue tan hermoso como desgarrador, porque era auténtico. Era la voz de un existencialista cotidiano, de un hombre que escribía muchas veces desde el borde de una botella para contarle al mundo sus historias de barr(i)o.

Luis amaba la palabra, los libros y la edición. No sólo escribía, sino que también sentía mucha curiosidad por todo el proceso de hacer libros, de armarlos, diseñarlos, pegarlos, imprimirlos y distribuirlos. Sus sellos editoriales artesanales fueron sus escuelas, que después lo llevaron a ocupar el puesto de jefe en la Editorial Universitaria de la UES, aquella que alguna vez llevó el nombre de José B. Cisneros, en homenaje a un tipógrafo que fue clave en las revueltas de 1944 contra la dictadura de Hernández Martínez. Luis pensaba que era de justicia devolverle su nombre a la editorial, al igual que los que ostentaron durante décadas las bibliotecas y auditorios del campus central. Así pensaba. Así sentía.

Recuerdo el entusiasmo de Luis cuando me contó, en primicia, que acababa de ganar un importante premio en Salamanca (España) y que las autoridades de la UES iban a apoyarlo para que viniera a recogerlo, pues el galardón no implicaba dinero alguno. Desde aquel momento, Huacal -oenegé barcelonesa de solidaridad con El Salvador- y el consulado general salvadoreño en Barcelona (presidido entonces por el experimentado diplomático Lic. Francisco Altschul) mostraron su interés porque Luis y el también poeta y catedrático salvadoreño Tony Peña vinieran a Barcelona a ofrecer sus versos en la sede de la librería latinoamericana Lata Peinada. El trámite se hizo, para que ambos arribaran en ferrocarril, tras un viaje de muchas horas desde Salamanca a Madrid y de allá hacia la Ciudad Condal.

Aquella mañana de octubre de 2019, fue una verdadera emoción volver a ver a Luis después de tantos años y conocer a Tony. Mi hija Filippa, mi hijo Bertrand y ellos, con sus enormes maletas en mano, regresamos desde la Estación del Norte en bus hasta el centro barcelonés, para hospedarlos en nuestro piso en el Raval. Esa misma tarde, el recital en Lata Peinada estuvo lleno en el pequeño espacio destinado para eventos culturales dentro de la librería. Durante el evento, Huacal distribuyó una edición especial del boletín periódico Puesiesque…, dedicado a la poesía de Luis y en el que se divulgaron algunos de los poemas de Umit, su libro recién premiado en Salamanca.

Esa misma noche, desde Italia, llegó el también poeta Jorge Galán, quien se tomó unas horas de su agenda para estar con sus colegas y con mi familia. Fue una noche de muchas risas, recuerdos, comida, bebida y mucha camaradería. Algunas fotos digitales dan testimonio de ello, pero a mí me quedarán para siempre en la memoria algunas conversaciones con Luis, sus planes de futuro, sus aspiraciones por buscar la ruta de un doctorado y sus ánimos para continuar de frente, ahora que sus hijos ya estaban un poco más grandes.

Por WhatsApp, Luis me contó que se sentía mal de salud. Me dijo que le habían programado la prueba PCR para el día siguiente. Desde el 27 de febrero, le escribí varias veces para saludarlo, preguntarle y enviarle alguna foto motivadora, una carcajada o contarle algo en un audio. Ya no hubo respuestas. Al despertar en la mañana del jueves 4 de marzo, mi WhatsApp y mi buzón del Facebook estaban repletos de mensajes de amistades comunes que me informaban que Luis acababa de perder la batalla contra la Covid19 en San Salvador, adonde lo había trasladado tras estar interno unos días en el hospital santaneco. Lloré. Lloré mucho, abrazado a mi esposa, quien también lloraba. Aún me resulta inconcebible que Luis, sus angustias y sus ilusiones ya no estén más en este mundo distópico tan urgido de letras de sentimientos, de editores, de libros.

Luis fue un titán. Luchó siempre contra muchos demonios y semidioses y los venció a casi todos, hasta que el más impensado le envió una hidra que lo devoró por dentro. Los que lo quisimos lo vamos a extrañar de ahora en adelante. En este hogar salvadoreño-mexicano en esta orilla del Mediterráneo, este noviembre haremos nuestro altar de muertos dedicado a Luis, para que encuentre la luz y venga a vernos, montado sobre una mariposa monarca o sobre un azacuán o, que al menos, nos grite sus nuevos versos por el tronco de una ceiba o un árbol de orejas. Al fin y al cabo, la muerte sólo es parte de la vida, esa que Luis tuvo con tanta intensidad cada día para él mismo, su familia y los que ahora lo recordamos con el cariño en plenitud.

Barcelona, 10 de marzo de 2021.

1 Comment

  1. Leo esto y me da tristeza. He empezado a interesarme en su obra, lastimosamente hasta saber de esta trágica noticia. Me recuerda mi etapa de estudiante de pre grado en el campus central de la UES, y me trae recuerdos de cuando descubrí la obra de Roberto Armijo en la librería universitaria. Que las letras, y sobre todo las que salen de los hijos salvadoreños nunca mueran.

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