Dos amigos buscan bajo el sol de diciembre, pala y piocha en mano, los restos de dos combatientes caídos en combate tres décadas antes. Así empieza la canción de Berne para Luis Borja, una melodía que tiene el sudor de la frente, las manos llagadas y el corazón como una ofrenda de la poesía
Berne Ayalá | Escritor, abogado y periodista salvadoreño
A nuestro entrañable y querido Luis Borja
Me dijiste: «Quiero acompañarte».
Te invité, no a un evento académico ni literario. Ahora comprendo que aquel 21 de diciembre de 2020 habíamos enlazado dos puntos inmarcesibles del firmamento.
Llevábamos más de veinte días realizando excavaciones con el fin de encontrar los restos de dos guerrilleros caídos hacía treinta y tres años. Uno era salvadoreño, de nombre y familia desconocidos; el otro, peruano, de sangre Aymara, llamado Alipio Donato Mamani Luis. Ambos habían muerto el 18 de abril de 1987 en la hacienda Los Apoyos de Santa Ana, situada a unos dos kilómetros del río Lempa.
Durante aquellos días habíamos arañado con las manos, piochas, palas, azadones, picos, y no habíamos podido dar con los restos humanos. Los trabajos los realizábamos con ayuda de algunos aldeanos, pero el equipo permanente los formábamos: Leonel Solito, Amílcar Chávez, Alexis Chávez, Adonis Castro y yo. Te había ido contando esos detalles cada vez que nos comunicábamos. Cuando aceptaste acompañarnos estabas bien enterado de esa historia.
Aquel 21 de diciembre nos metimos al monte. Ese mismo día tomaste piocha y pala y te sumaste a la búsqueda. Fue un día duro para un poeta y académico (vos), un artista gráfico (Leonel) y un escritor y lisiado (yo), pero bajo el sol lamiéndonos los cueros nos aplicamos con amor. Amílcar y Adonis eran los más fuertes y diligentes, jóvenes y pulidos en el trabajo de campo. Alexis, un niño de diez años, imitaba a los mayores y se encargaba de la logística: traer sodas y cervezas para aplacar el calor, además de revolcarse en los cerros de tierra.
Terminamos la jornada sin resultados. Cenamos y dormimos en el caserío Los Doce Robles, en una casa de adobes, a la que hacía treinta y cuatro años había llegado el peruano Alipio Donato Mamani Luis. Nos dormimos tarde hablando de historia y escuchando tu música favorita, la del maestro Marco Antonio Solís. Bebimos Flor de Caña, 7 años.
El 22 de diciembre iniciamos la jornada a las siete de la mañana. Acordamos trabajar hasta el mediodía y regresar al final de la tarde a nuestras casas para las vísperas de Navidad. Nos tostamos la piel nuevamente, bebimos cervezas a media mañana y, sin faltar, bailamos para invocar los espíritus de los ancestros, te hice algunas fotos y nos reímos.
A eso de las doce con treinta minutos de aquel día, asomaron las ropas de uno de los guerrilleros y sus primeros huesos. Estábamos alucinados por el hallazgo. Al tomar uno de aquellos huesos en mis manos mencioné tu poemario Umit. Hablamos de la casualidad que había reunido tu presencia y el hallazgo de los dos guerrilleros muertos.
Vos susurraste tus versos: No, no callamos la locura ni la muerte, ni el disparo que quebró los huesos de la tierra, y de los huesos que nacieron como piedras... Yo bailé alrededor de la tumba de los caídos una canción de Bronco: Se murió mi amigo bronco, se fue a ver qué hay más allá…
Esa tarde fuimos al río Lempa y, entre risa y ron, te bauticé en el vado El Cenicero. Más tarde me viste llorar por aquellos muertos de hacía treinta y tres años y me consolaste con tus palabras y tu abrazo, como lo haría un hijo con un padre.
Hacía falta tu presencia, poeta, hacía falta tu risa, tu humor y la fuerza impresionante de tu calidez humana para encontrarnos con aquellos rastros.
El 4 de febrero de 2021 te vi con vida por última vez, almorzamos pizza y nos bebimos dos Cholas en La Galera, ese lugar de las utopías alimentado por la locura de nuestro querido René Lovo. Hablamos de política y literatura… y de conspiraciones en tu nueva actividad en la zona de miedo de la UES.
Te aseguro que sobre los cerros de tu poesía respiré el tiritar de los que nacen en los rincones torcidos de la patria, escuché plenamente la risa del caminante que salta entre tomates y cebollas podridas en el mercado, la ternura del que mira entre los escombros de los terremotos, la voz que navega en charcos de sangre sobre un barquito de papel, la madurez implacable de un muchacho que supo pulir su canto desde el hambre, la marginación y la lucha descarnada por saltar el cerco de la ignominia.
Y aquí estoy: escuchando nuestras conversaciones de las seis de la mañana, con las voces del histrión, a lo colombiano, cubano o españolete; los boleros de José José y Javier Solís que compartíamos, y tu terquedad nocturna por el Buki.
Te siento partir como si hubiera perdido un hijo; no había reparado antes en ello, hasta este instante, en el que te vas con tus joyas de ternura y de risa, con tu fraternidad y esa energía vital tan excepcional en esta tierra traicionera y odiosa. Hemos perdido un ser capaz de sembrar flores sobre la mierda.
Jamás podré olvidarte, amado Luis, te lloro como un padre llora a un hijo, te lloro sin esperanzas, porque para mi desgraciada y estúpida cabeza, yo no creo en dioses ni en paraísos; sé que te has ido para siempre en la flor de la juventud y que quienes te admiramos solo podremos palparte en tu poesía y en los recuerdos hermanados que llevaremos en los huesos hasta el final.
Adiós Luis Borja 😞
Grande mi amigo Borja, apenas el 22 de febrero hablamos de terminar la tarea de la maestría, el 26 /02/2020 la triste noticia «Borja está grave» lo que continúa lo sabemos.