Fajardo reflexiona sobre la calidad de la poesía de Luis Borja, el vacío que deja la partida del poeta salvadoreño. Y, por supuesto, la sentencia de la no casualidad de los premios a su obra
Alfonso Fajardo | Poeta y abogado | @AlfonsoFajardoC
A Luis Borja, in memoriam
Se supone que conocí al poeta Luis Borja en 2013, por una fotografía que me fue facilitada recientemente. Pero en realidad comencé a tratar a Luis alrededor de 2014, cuando en calidad de donación me pidió varios de mis libros para abastecer una biblioteca. Desde entonces mantuvimos una comunicación más o menos fluida, reuniéndonos de vez en cuando e intercambiando opiniones o simples preguntas sobre nuestro acontecer, siempre teniendo en mente la próxima reunión. Así, cada oportunidad oficial era aprovechada para departir y debatir, dos circunstancias en las que Luis era un experto, sobre todo cuando desde la pasión literaria tomaba una posición inclaudicable.
Recuerdo especialmente una discusión en la que deliberamos quién era mejor poeta, si Roque Dalton o Kijadurías, discusiones por demás bizantinas si tomamos en cuenta que ambos son y serán los más grandes representantes de la poesía salvadoreña contemporánea, sin olvidar, por supuesto, al David Escobar Galindo de sus más altas y específicas cúspides. Desde entonces, y gracias al intercambio oportuno de nuestros libros, empecé a conocer su poesía que para entonces ya había obtenido el Accésit del Premio «Jaime Gil de Biedma» en 2014. Poco a poco fuimos desarrollando una amistad afincada en la literatura y, por qué no decirlo, en la camaradería, entendida esta como una posibilidad de debatir temas literarios, temas de vida e incluso temas políticos, al calor de la siempre prescindible bohemia.
La última vez de esas reuniones fue en diciembre de 2020, él me había invitado a ser parte del jurado del Premio Nacional de Poesía «Oswaldo Escobar Velado», organizado por la Vicerrectoría Académica y la Editorial Universitaria, ambos organismos de la Universidad de El Salvador. Fue en mi casa, el 19 de diciembre de 2020 la última vez que nos reunimos, en esa ocasión también estuvieron los poetas William Alfaro, Rainier Alfaro y Noé Lima, todos miembros de una Generación X que poco o mucho tenemos qué aportar aún a este nuevo siglo de nefastas actitudes, inoloras e insípidas ideologías y de eternos retornos en términos de autoritarismo y totalitarismo global.
Siempre he pensado que Luis Borja es de los mejores poetas de su generación, y esto no deviene de su muerte prematura como respuesta a la mercadotecnia propia de la morbosidad literaria, sino de la lectura de sus textos y del conocimiento de la poesía de muchos de sus miembros. Una generación que, por lo demás, merece ser escudriñada más a profundidad.
En esta última reunión del 19 de diciembre de 2020 la pasamos bien, disfrutamos, pusimos en la mesa esas discusiones literarias que al calor de la pasión suelen dejar enemistados a los poetas, pero que con Luis eran más llevaderas porque Luis era, simple y sencillamente, un ser humano que no se dejaba llevar por la furia y el odio en términos meramente literarios, sino que tendía puentes aún y cuando la posición contraria no era la de su agrado. Así era Luis, siempre bien comedido, siempre puntual, siempre conservando la amistad antes de la animadversión propia de los egos de los poetas.
Si bien en ese 19 de diciembre la pasamos bien, en mi memoria siempre quedará la conversación de la mañana del 20 de diciembre, una conversación al calor del café y del desayuno. Hablamos de la autenticidad en la poesía, de premios, de humildad y de reconocimiento. Le expliqué mis tesis sobre las formas en que el poeta contemporáneo tiene para validar su obra, sus ventajas y debilidades, sus fuegos artificiales y sus aciertos temporales. Recuerdo que hablamos de premios o certámenes literarios. Siendo ambos ganadores de premios a temprana edad, siempre existe esa discusión sobre la importancia de los premios en términos de validez cualitativa. Le expliqué mis tesis en cuanto a la «validez» que muchos poetas utilizan, a lo mejor todas válidas desde la perspectiva mercadológica, pero desde mi punto de vista menos auténticas y permanentes en el tiempo.
Así, la publicidad, los círculos o cofradías, los actos masturbatorios, los tráficos de influencias en todo lo relativo a la literatura y, en especial, a la poesía, son artificios extraliterarios usados para compensar la falta de talento, la ausencia de disciplina y lo vacío en la autenticidad. Así pues llegamos al punto de discusión de la legitimidad o validez de los premios literarios, y en este punto Borja me confesó que había participado en el Premio Internacional de Poesía «Pilar Fernández Labrador» para convencerse a sí mismo que el Accésit del Premio «Jaime Gil de Biedma» no había sido un golpe de suerte. Y claro que no, no era casualidad, el Premio «Pilar Fernández Labrador» lo confirmaba.
En los mundillos literarios en que vivimos, el poeta necesariamente debe abrirse paso por sus propios medios. Muchos destacan por las relaciones públicas y los «contactos» internacionales que poseen, otros por los libros publicados, algunos por el reconocimiento de sus mismos compañeros de generación o de las nuevas generaciones, y otros por sus premios. Hasta cierto punto, todas estas formas de abrirse paso son válidas, pero si hay una de ellas que nadie puede refutar en términos de calidad literaria, es la vía de los premios, sobre todo cuando el poeta gana no uno, sino varios, pues al hacerlo se esfuman los fantasmas de la posible corrupción, y queda más claro que ese poeta —de una u otra manera— tiene una obra que vale la pena.
Claro, el hecho de ganar premios no significa que la obra tenga calidad, hay muchos ejemplos de libros malos que han obtenido premios, sobre todo en esta época donde la poesía vacía de contenido está en todos los estamentos. Sin embargo, el hecho de ganar algunos premios, por lo menos, es un indicativo irrefutable que la obra de ese poeta tiene su respectiva calidad, una calidad que será valorada por la crítica y por el tiempo, pero que la tiene. Por eso el Accésit del Premio «Jaime Gil de Biedma» no fue una casualidad sino más bien la consecuencia lógica del trabajo y la disciplina, y el resultado de un talento propio e innegable. El Premio «Pilar Fernández Labrador» se lo confirmaba al incrédulo Borja. Por eso, en esa plática le dije que ya no tenía que demostrarle a nadie su capacidad, su calidad, y es que si bien es cierto el oficio de poeta se construye día a día, es evidente que hay ciertos indicios que prueban esa capacidad, y Luis Borja ya había superado, con creces y a temprana edad, esas pruebas.
Esa misma mañana me confesó que estaba participando en otro certamen internacional, en esta ocasión centroamericano. No lo ganó, pero ni falta que le hacía. No era casualidad haber ganado los anteriores ni hubiese sido casual que siguiera ganando si la Covid-19 no se lo hubiese impedido. Qué más da. Su trabajo ya estaba hecho, no tenía qué convencer a nadie más, mucho menos a sí mismo.
Ese día Luis dejó unas llaves, a los días me preguntó si las había encontrado, le dije que no, que no estaban en mi casa. Después de unos días, ordenando algunas cosas, me encontré con las llaves de Luis, por cuestiones laborales fueron transcurriendo los días sin que le informara del hallazgo. Lejos de eso el 17 de febrero nos comunicamos para publicarle un artículo que él había subido a su blog personal, fueron las últimas conversaciones con Borja. Incluso valoró la posibilidad de tener una columna permanente donde pudiera publicar sus escritos. «Tenkiu» me escribió por chat. Nunca le dije que había encontrado sus llaves, ni falta que hace, pues estoy seguro que ahora tiene abiertas, de par en par, las puertas de la eternidad.
Sin duda alguna, Luis, un gran poeta, pero sobre todo un gran ser humano con una enorme sensibilidad y hermandad.
tREMENDO HOMENAJE