Un trago de té de frambuesa a la salud de Luis Borja

Homenaje a Luis Borja

Un texto potente, sincero y hundido en amistad nos deja El Abstemio. Dice: «cuando enterraron su cuerpo con los máximos protocolos de bioseguridad, estaban enterrando un pedazo de mañana de cada uno de nosotros». ¡Cuánta verdad!


El Abstemio


Sin duda alguna ya habrá tiempo de ahondar en su poética, que sorprendió a propios y extraños, y dividió opiniones. Sea como sea, por ahora la poesía salvadoreña guarda duelo una vez más; así como lo hizo cuando Jeremías Martínez murió a causa de quebrantos de salud, en 1895; así como lo hizo cuando Armando Rodríguez Portillo decidió suicidarse una madrugada de 1915 y todavía (algunos) nos preguntamos por qué.

Seguramente, querido lector de poesía salvadoreña, no sabés quienes fueron estos poetas, pero Borja, sí lo sabría. Le gustaba el pasado de nuestra literatura, de nuestra sociedad, para imaginarse y edificar el mejor futuro para su pueblo.

La muerte de un poeta siempre duele, pero la de Luis está marcada bajo los designios trágicos de una mala jugada de la vida. Como todos los jóvenes poetas, no debió morir, debió seguir con nosotros por muchos años, ganando más premios, publicando obra ajena desde la Editorial Universitaria, pero desde hace unos días está en un cementerio municipal siendo uno de esos tantos muertos que contaba en sus poemas.

La muerte de Borja duele dos, tres, cuatro disparos en la conciencia de quienes lo conocimos, al menos en su faceta de creador. (Nunca he creído en el «muerto bueno», y sé que Borja tampoco lo creía) Pero Luis todavía tenía mucho porque seguir «jodiendo en la tempestad», aquí con nosotros. Si existe Dios, es un terrible titiritero que corta de repente los hilos de sus marionetas.

No es justo. Su fallecimiento, acontecido en el tiempo de la pandemia, es un mal verso que se le escapó a la puta muerte, como diría Borja en sus palabras exactas. Murió con él un pedazo de futuro, cuando enterraron su cuerpo con los máximos protocolos de bioseguridad, estaban enterrando un pedazo de mañana de cada uno de nosotros. No sabemos lo que hubiera podido construir. Su verso estaba para más. Tenía le talento suficiente.

Deja un hueco en el tapial de nuestra poesía, lo recordaremos como el poeta laureado, como el hombre sencillo. Y su recuerdo será la última ternura para sus hijos.  

Por mi parte, brindo por este legítimo perro de la poesía, a quien le pido desde ya que me guarde un asiento, para cuando llegue y podamos hablar sobre esos poetas salvadoreños truncos que tantos nos apasionaban, mientras cae el universo (toditito) en una lluvia muda y sorda.

Santa Tecla,
06/03/2021

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