La inmigración tiene un componente cultural. Este punto casi nadie lo toma en cuenta, en particular los Gobiernos. El factor cultural de la inmigración maneja un discurso acerca de que seguir viviendo en tu país te impedirá tener un mejor futuro
Manuel Vicente Henríquez B. | Comunicador y escritor
Las imágenes dieron la vuelta al mundo, imágenes sobrecogedoras: cientos de migrantes, entre hombres, mujeres y niños, chocaban con militares en Chiquimula, Guatemala, en un intento desesperado por romper la barrera que les impedía seguir su camino en la caravana migrante rumbo al «sueño americano».
Esos grupos de seres humanos desesperados, huyen de sus países debido a la violencia, la pobreza, la corrupción y la impunidad. Estas personas sin esperanza son la cara trágica de la inmigración centroamericana.
Las caravanas migrantes, como se las conoce, son la más reciente y sobrecogedora modalidad que han encontrado las personas para emigrar. Emigrar de países en que la desesperación, la desgracia y el infortunio son el pan de cada día. Huyen de la desesperanza, de países donde vivir es cada vez más calamitoso. Las penosas condiciones de esas naciones las han orillado a esto. No les queda más que buscarse la vida en otro lado; y lo hacen en masa.
Las reacciones ante este éxodo moderno no se han hecho esperar: Desde que iniciaron las caravanas, el expresidente estadounidense, Donald Trump, criticó a los países del Triángulo Norte de Centroamérica por enviar inmigrantes que llegan a Estados Unidos. «Estábamos pagando enormes cantidades de dinero, y ya no, porque no han hecho nada por nosotros», afirmó tajantemente el presidente norteamericano en su momento. Dicho esto, ordenó la suspensión de la ayuda a El Salvador, Guatemala y Honduras, valorada en 500 millones de dólares.
No solo en los estratos bajos o rurales se da el fenómeno inmigratorio. Se sabe que un gran número de profesionales abandonan El Salvador en búsqueda de mejores oportunidades.
Esta medida buscaba presionar a los países beneficiados, para que frenaran las oleadas humanas rumbo a Estados Unidos, pero esto no impidió que las personas siguieran intentando irse al país del norte. Falta ver las medidas, en materia migratoria, que tomará la Administración Biden.
Pero la pregunta entonces es: ¿por qué las personas siguen migrando? Las razones, en parte, son las siguientes: nuestros países sufren una gran fractura social producida por la inseguridad, el narcotráfico, las pandillas y la corrupción; los desastres naturales sufridos en el istmo centroamericano, el año recién pasado, que han dejado economías postradas y países devastados; y la pandemia de la COVID-19, que ha dado un duro golpe a las economías locales, pues se han cerrado empresas y negocios y perdido cientos de puestos de trabajo.
Además, hay una razón más allá de lo económico: la inmigración tiene un componente cultural. Este punto casi nadie lo toma en cuenta, en particular los Gobiernos. El factor cultural de la inmigración maneja un discurso acerca de que seguir viviendo en tu país te impedirá tener un mejor futuro, permeando así en el imaginario colectivo.
No solo en los estratos bajos o rurales se da el fenómeno inmigratorio. Se sabe que un gran número de profesionales abandonan El Salvador en búsqueda de mejores oportunidades. Estamos tan mal, aquí, que creemos que en otro lugar va a mejorar nuestra situación. Se cree erróneamente que en Estados Unidos todo es mejor, más sencillo, más seguro. Se olvidan de las jornadas laborales extenuantes, la carestía de la vida y los altos impuestos, por mencionar solo unas cuantas de las duras realidades de ese país. La percepción de un gran sector de la población es equivocada, sin embargo, esa percepción es suficiente aliciente para intentar emigrar a Estados Unidos.
¿Qué vamos a hacer para que la gente no se siga yendo? ¿Cómo atacamos las causas de tanta inmigración?
Es un mito creer que la inmigración va a desaparecer. El ser humano siempre ha sido migrante. En nuestro caso particular, desde el periodo precolombino en Mesoamérica, sus habitantes fueron nómadas. Y el salvadoreño ha sido un pueblo de migrantes, como bien lo retrató el poeta Roque Dalton en su entrañable «Poema de amor».
Ante esto, por más ayuda que el Gobierno estadounidense dé o deje de dar para disminuir la inmigración, eso no será suficiente. Hoy por hoy, la única posibilidad de buena parte de los salvadoreños y salvadoreñas es irse del país. Frente a esta realidad, como país, debemos preguntarnos: ¿qué vamos a hacer para que la gente no se siga yendo? ¿Cómo atacamos las causas de tanta inmigración?
Al respecto, la educación de nuestra niñez es fundamental. Educarlos para que sepan que las personas, en cualquier lado, se deben esforzar, deben trabajar para obtener el pan y luchar en un mundo altamente competitivo. Todo eso es parte del capitalismo; y el sistema es así. Que nuestros jóvenes no aspiren a aprender inglés «porque, así, me voy a los Estados». Que quienes nos gobiernan generen las condiciones para que los salvadoreños y salvadoreñas decidan vivir y desarrollarse en su país.
Debemos tener claro que la vida del inmigrante es dura; y hoy más que nunca serlo está mal visto debido a los prejuicios, la xenofobia y la intolerancia. Lejos de vivir en el paraíso, hoy día se corre el riesgo de vivir en un infierno distinto; pero infierno al fin.