El «yo» que se va y el «yo» que llega

Dos emigrantes tratan de subir el muro frotnerizo entre México y Estados Unidos
Detalle de fotografía publicada en Portal de Noticias.

Debemos construir y exigir nuestras propias oportunidades. No más caravanas ni padres muriendo con sus hijos por culpa de un sistema que los expulsa

Luis Angulo Violantes | Gestor cultural, egresado de Antropología y poeta

Creo que hoy es jueves. No lo sé. Ella solía hablar los jueves. Me sentaba frente al teléfono a esperar su llamada. En casa nadie podía levantarme de esa silla ─al menos durante esos quince minutos que hablábamos─. A veces lográbamos despedirnos; otras, solo se cortaba la comunicación. Así pasamos un año hasta que dejó de sonar el teléfono los jueves.

Según los datos de la Organización Internacional de las Migraciones (IOM), se calcula que para mediados del año 2021 habrá 280.6 millones de migrantes internacionales, lo que significa que representarán el 3.6 % de la población total del planeta. Al menos unas treinta personas de esos millones de migrantes son conocidos míos. La movilización del ser humano es inherente a su naturaleza; caminando es como comenzamos a poblar el mundo.

De acuerdo al Ministerio de Justicia y Seguridad Pública de El Salvador (MJSP), en su informe Caracterización de la movilidad interna a causa de la violencia en El Salvador, publicado en 2018, que la violencia es la tercera causa de «movilidad interna» de la población en los últimos 10 años, después de razones económicas y familiares. 

Por lo cual, Massey (2008)[1] hace referencia a que diferentes ramas de la ciencia han estado interesadas en estudiar dicho fenómeno, proponiendo teorías tales como el enfoque económico neoclásico ─una de las más antiguas y aceptadas─, el cual pone énfasis en la diferencia de salarios, en las condiciones de trabajo, desplazándose debido a una decisión individual con el fin de potenciar al máximo los ingresos recibidos; o en la nueva teoría económica sobre la migración, que propone que las decisiones de desplazarse es familiar más que personal; o en la teoría del mercado dual, donde las economías industrializadas ponen de manifiesto sus propias necesidades estructurales para captar migrantes, entre otras.

No más familias disgregadas. No más dolor de cuerpo, nostalgia ni readaptaciones culturales.

Por ejemplo, debido al trabajo de mi padre, solo podía verlo los fines de semana. Él tenía que desplazarse constantemente. Cada tres meses lo enviaban a otros territorios, otros espacios, donde debía empezar de nuevo: creación de redes de amistad, de logística, de comunicación, alimentación, hábitos y costumbres. Pero también debíamos afrontar tres problemas: el dolor del cuerpo, la nostalgia y la transculturación. Según David Le Breton (2007)[2], el dolor corporal es «un hecho personal, encerrado en el concreto e irrepetible interior del hombre», y el sufrimiento, «una experiencia incomunicable».

A mi padre le dolía el cuerpo, ya que estaba obligado a esa movilización para mantener su empleo y su estatus simbólico, sospechando que la actual sociedad ─y siguiendo a Le Breton─ tiene la voluntad de erradicar el cuerpo. ¿Por qué estaba obligado a viajar durante horas y largas distancias? ¿Por qué arriesgarse a enfermedades nuevas o a la violencia por no pertenecer a esa nueva comunidad? A mi padre lo llamaban de al menos cuatro maneras: por su nombre, su gentilicio, variaciones de pronunciación de su nombre o por su posición jerárquica.

Después de diez años de esa forma de vida, comenzó a asistir a reuniones familiares en su cantón de origen; antes no lo hacía. Procuraba llegar temprano y participar en los diferentes procesos para el desarrollo de las actividades. Al parecer, llegó a extrañar esos lazos y relaciones. Yo nunca entendí por qué no podía encontrar un buen trabajo cerca de casa. Disfrutaba de sus historias de comidas y palabras nuevas y de lo complicado que era mudarse de cada lugar, porque no sabía qué le esperaba en el siguiente. Y eso que todo esto sucedió en la década de los 80, con la guerra civil en pleno desarrollo; pero no existía violencia estructurada criminal ni COVID-19.

Insisto. No es posible que, como sociedad, no podamos poner en perspectiva lo aprendido con la actual crisis sanitaria.

En un reciente informe de Naciones Unidas (ONU), se afirma que los migrantes se verán altamente afectados por esta pandemia, que no ha sido resuelta. Sumándose a este caos, la permanente xenofobia que se acrecentará, ya que el otro, además de no pertenecer a mi sociedad, ahora puede también contagiarme con el coronavirus. La desigual distribución del dolor produce un problema al mismo tiempo moral, político y estético (Moscoso, 2011)[3].

Insisto. No es posible que, como sociedad, no podamos poner en perspectiva lo aprendido con la actual crisis sanitaria. En palabras del escritor francolibanés Amin Maalouf[4], refiriéndose a que nuestra especie debe evitar a toda costa la destrucción del mundo, impedirla, ya que «esta es la gran batalla de nuestra época».

Con el cambio de Gobierno en Estados Unidos de Norteamérica, se espera más flexibilidad para los inmigrantes, que, en términos generales, son obligados a huir de su país de origen por problemas estructurales como la violencia, la pobreza, la falta de oportunidades; hundidos en una crisis aun mayor debido a la COVID-19 en 2020, un año que no debimos vivir.

Insisto otra vez. Tengo que hacerlo. Como sociedad, debemos empezar a caminar ya. Citando a Pedro Geoffroy Rivas[5], «anduvimos errantes, años, años, años anduvimos errantes». Creo que ya ha sido suficiente esto de andar errantes. Debemos construir y exigir nuestras propias oportunidades. No más caravanas ni padres muriendo con sus hijos por culpa de un sistema que los expulsa. No más familias disgregadas. No más dolor de cuerpo, nostalgia ni readaptaciones culturales. No quiero ser el otro que se fue y el otro que llegó. Por favor, ¡no más jueves sin llamadas!


[1] Massey, D. S. (2008).(Como se cita en Acevedo, G., 2015. «Las migraciones internacionales y la seguridad multidimensional en tiempos de la globalización»).

[2] Le Breton, David. (2017). Adiós al cuerpo, traducción de Ociel Flores Flores. La Cifra Editorial.

[3] Moscoso, Javier. (2011). Historia cultural del dolor. México: Prisa Ediciones.

[4] Maalouf, Amin.(Como se cita en Albiñana, A., 2020).

[5] Geoffroy Rivas, Pedro. (1996). («Cuenta de la peregrinación», en Los nietos del jaguar. Biblioteca Básica de Literatura Salvadoreña. San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos).


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