RETABLO DE ORFANDAD Y MUERTE CONFESIONAL EN LA MODERNIDAD DE LA POESÍA DE ALFONSO FAJARDO
De la pluma de André Cruchaga publicamos un ensayo del libro «Negro», de Alfonso Fajardo, publicado en 2014 por Laberinto Editorial
No hay límites para la melancolía humana
Se cuenta siempre con una piedra para colocar sobre la pirámide
de las lágrimas
Estáis seguros de padecer tanto como una mujer estrangulada
en el momento en que ella sabe que todo ha terminado y desea
acabar
Estáis seguros de que no valdría más ser
ser estrangulado si uno piensa en los cuchillos de las horas que
se acercan
Desde hace tiempo vivo mi último minuto
LOUIS ARAGON
En mi haber tengo el poemario «Negro» del poeta Alfonso fajardo, mismo que adquirí en una de esas visitas inusuales que hago al ya desaparecido restaurante y Centro Cultural «Los Tacos de Paco.» El libro en pequeño formato ha reposado en mi biblioteca desde hace varios años. No me sorprende, al menos a mi persona, la extraña riqueza y hondura de la obra de Alfonso Fajardo, así el misterio que envuelven muchos de sus poemas; su drama poético, una antípoda dariana: «Cantos de vida y esperanza»; pero no solo eso, su poesía está signada por los desasosiegos vanguardistas, propios del vivir en un país convulsionado consuetudinariamente. La realidad factual está presente en su obra, más allá de otros ángulos que se puedan abordar en dicha obra. Por supuesto que no es una apología a la muerte, sino una genuina experiencia del poeta frente al misterio humano. El caso es que el autor de «Negro»[i], desde su palabra ciega, nombra noches en páginas agrietadas.
Hay en mi opinión una atmósfera vallejiana, («Trilce»; «España, aparta de mi este cáliz») y, a decir verdad, más que una aproximación a la poética de Octavio Paz; lo que me queda claro es que Alfonso Fajardo construye su poética desde una perspectiva surrealista hispanoamericana y ello le permite ensanchar sus perspectivas poéticas en ese «estado de vacío atiborrado por el dolor», proceso que implica la introspección y el desdoblamiento del yo frente a una realidad descompuesta. Claro que, en esta dicotomía de blanco y negro, hay una huella, los escombros de la muerte de la temporalidad asimilada. En el contexto del surrealismo significa una ruptura «en el nivel de la percepción un descubrimiento de la realidad que se esconde detrás de las apariencias…»[ii]
Ya Apollinaire y lo retomo, decía que «Los poetas no son solamente los hombres de lo bello. Son también y sobre todo los hombres de lo verdadero, en la medida en que les permite penetrar en lo desconocido.»[iii] Coincido con tal apreciación; y agregaría porque ello conlleva la necesaria renovación de la expresión poética, aun con temas como el de la muerte que ha sido abordado por poetas de todos los tiempos y tendencias. El poeta Fajardo reivindica con fuerza el fulgor misericordioso del fuego poético de lo oscuro sin desperdicios ni palabras atropelladas. «Detrás del espejo de la nada danzan los seres entre vahos de aires furtivos», tal sus palabras.
Al respecto del concepto «negro», Diccionario de la lengua española (2001), nos señala varias acepciones adjetivales. Para mi discernimiento, hago acopio de algunas: «Oscuro u oscurecido y deslucido, o que ha perdido o mudado el color que le corresponde, Clandestino, ilegal, Muy sucio, Dicho de ciertos ritos y actividades: Que invocan la ayuda o la presencia del demonio o del poder maligno, Dicho de la novela o del cine: Que se desarrolla en un ambiente criminal y violento, sumamente triste y melancólico, infeliz, infausto y desventurado, etc.»[iv] En mi opinión, tal como lo señala Mariluci Guberman[v], Universidade Federal Do Río de Janeiro, en «La poética del cuerpo negro en hispanoamérica», A medida que se formaba una ideología y también una ontología, en el entender de Depestre[vi], el concepto de negritud adoptaría distintos significados hasta la siguiente paradoja: formulado para aguzar y alimentar la autoestima de tipos sociales que la esclavitud había reducido a un estado deplorable, esa negritud los evapora en una metafísica somática.
En el caso de la obra «Negro» del poeta Alfonso Fajardo, no encuentro esa noción de negritud antes referida, que caracterice a la obra como tal, pero sí, una forma de envilecimiento y desnaturalización de una realidad del ser humano: «agrietados y macilentos espejos / que vomitan las muecas / de nuestras obligadas sonrisas / y somos payasos y somos insectos…» (Pág.35) Me atrevo a decir que «Negro», bien puede marcar el rumbo de una vanguardia literaria responsable y que auspicie debates sobre la identidad nacional, anclados en la crítica antisistema y marginalidad política, debate que le compete al surrealismo. Esta producción surrealista revela una afectación a la cuestión identitaria, constituyen ejes centrales de reflexión[vii] Al respecto, el poeta nos dice: «porque la ciudad es una ciénaga / bello pantano con olor a caoba / potrero que nos atrae cada vez más / ciudad imán ciudad corrosiones/ donde a cada paso cada vistazo / reyes de la nada en harapos…») Pág. 36)
De lo antes expuesto se desprende que negro es, «símbolo» e «imagen» y se contraponen: como símbolo el poeta nos quiere expresar un sentido complejo y profundo, mientras que, con la imagen, una realidad somera y abarcable. No cabe duda de que negro es símbolo, aquí, de muerte y con ello intenta definir diversas concepciones a la usanza metafísica, si se quiere: negro-muerte: «henchido con el fuego negro / que me da vida / la muerte» En el proceso de elevación de lo negro-muerte, hay una etapa en la que la comparación es directa y hay una visión paralela de lo negro y de la muerte, además de una sacralización de ambos conceptos. Es atinente, por supuesto, dejar sentado que existe en mi opinión una correspondencia racional y de filiación poética con la concepción que Enrique Gómez Correa[viii] hace del concepto negro en el apartado de “La poesía negra”, de su Antología «Poesía explosiva.»
Pero volviendo al paralelo muerte-negro, vemos cómo se produce el acercamiento y fusión a través de algunos poemas. En un principio se produce una imagen secundaria de lo negro, por medio de la cual tiene lugar el acercamiento a la muerte sobre el que flota la rama o barca de la vida: «hacia el agua / del mismo árbol / de donde brotan / de sus terribles raíces / vida y muerte / muerte y vida / espejos continuos en el sendero del ruido…» (Pág. 58)
Según la Psicología del color[ix], el color negro no es primario, secundario o terciario porque, de hecho, el negro no es técnicamente un color y, al igual que ocurre con el blanco, ni siquiera está en la rueda de colores. En realidad, es la absorción de todos los colores, absorbe toda la luz en el espectro de color. Es un símbolo de misterio y también de poder y autoridad. Evidentemente en esta situación referencial, trascendemos el concepto al punto de lo inefable, cuyo significado solo lo alcanzamos a través de la metáfora. Ante esta metáfora, el surrealismo rastrea otras maneras de entender la realidad que a través del poema se visualiza. Entorno e individuo protagonizan o pierden su protagonismo hasta invisibilizar su propia conciencia como sustrato completo de destrucción.
Uno de los postulados principales del movimiento surrealista y declarado en el Primer Manifiesto Surrealista (1944) de André Breton, el autor, era la existencia de una segunda realidad, la que no se origina en la realidad ordinaria y empírica. Para Bretón esta «otra realidad» podía ser expresada a través de la liberación de la imaginación y la capacidad de asombro y reconocimiento de lo maravilloso. Para esto, era necesario un retroceso a los años de infancia del hombre[x] En este punto, «Negro» se enmarca en esa segunda realidad, la intuida; aquella que se percibe a través de la videncia.
Con el surrealismo asistimos a una experiencia literaria ilimitada y éste tiene la forma de abrirla. Apoyándose en los métodos del sicoanálisis freudiano, como la libre asociación de las ideas, su labor crítica sobre los sueños y la experiencia de la incoherencia de los artistas dadaístas (Behar[xi]), crea un lenguaje rico en imágenes que son manifestaciones del subconsciente, revelando la presencia de una realidad alterna que necesita ser explorada a través del arte y, especialmente, de la poesía. «Es la lengua del sueño» diría el poeta, «aquel pasado de barcos de papel / de guerras como sombras lejanas / de bicicletas en vuelo por oscuros follajes / ¿dónde están todos? / amigos del tiempo perdido / las horas viendo el cielo aplastante / y sus figuras como marionetas de dios / fantasmales y arrulladoras / ah aquel pasado en remanso / ah la patria de la infancia / perdida en la bruma de las cosas sin sentido/ ahora la veo entre tinieblas/ entre la niebla de las neuronas oxidadas / en este epicentro del eco / en esta negra habitación de puertas en coma / en mi túnel de fulgores negros / de caminos defecados pasos para nada…» (Pág. 33)
Lo que vemos en la escritura de «Negro» es cierta automatización de la escritura, asociación libre carente de puntuación como nos lo sugiere Freud, una especie de autoexploración del yo; en un texto automático no es el documento en sí, ni su posibilidad de ser interpretado, sino el hecho de constituir un paisaje total, con el clima, los accidentes, las tormentas, las explosiones, de esa zona del espíritu que ningún mecanismo especulativo puede dar a conocer en toda su belleza y violencia primitiva, en su grandeza y esplendor original. [xii] El juego del reflejo del yo espejo facilita la comprensión de la escisión del yo en su doble asignación: el yo contemplador, el yo contemplado. Así, el «Muriendo diariamente», poema Pág. 66, nos puede clarificar o poner en perspectiva lo dicho en líneas anteriores: «Van mis pasos azules / en ciudades de sombras / tropezando con lunas / que amargan el granito / y sus jolgorios de puñales / que danzan en la sangre / como fríos fuegos / de arquitecturas y manos / del sueño más imposible / del hombre más desnudo / que a tientas camina / entre museos de máscaras / por sobre negras aguas / y espinas sonrientes / Es la pintura del sonido / es el vidrio ardiente / que golpea mi ventana / que estalla en mis sienes / con sus podridos lienzos…»
Con la aproximación de realidades distantes que hacían brotar la luz de la imagen, aquello a lo que André Breton se mostraba infinitamente sensible, según reconocía en el Primer Manifiesto, encontraba en la teoría simbólica una justificación plenamente objetiva, resultado del orden cósmico. Con la idea y la creencia en los «puentes verticales» basada en la teoría de las correspondencias místicas de Schneider, Cirlot formula del siguiente modo el principio de la «identificación suficiente»: «Si metáfora o alegoría es la aproximación de dos realidades distantes o la explicación de una realidad sensible por otro objeto sensible, símbolo es la expresión de una realidad inteligible, es decir, profunda, por medio de un objeto sensible; en este sentido, la forma de tal objeto es una explicación.»[xiii]
A lo largo de los párrafos anteriores he venido poniendo en relieve el entramado poético de «Negro» de Alfonso Fajardo en el contexto del surrealismo salvadoreño de posguerra. En el libro ya mencionado, podemos encontrar ese componente germinal de lo que será ulteriormente su poética, sino las técnicas empleadas al encarar o imbuirse en el proceso metafórico. Al margen de la ausencia de puntuación en todo el poemario que provoca cierta ruptura y caos sintáctico, característica de la metáfora surrealista según Balakian[xiv] en contraposición al orden sintáctico tradicional, aunque el reemplazo no sea absoluto. Si partimos de que la metáfora se construye a través de nexos comparativos, lo cierto es que en el surrealismo esta situación se elimina o disfraza por el uso de otras formas sintácticas. Veamos: «perdida en la bruma de las cosas sin sentido», «agrietados y macilentos espejos / que vomitan las muecas» aquí hay una espiral con afectación total a la sintaxis.
Asimismo, podemos encontrar en el nivel estructural del poemario, un nivel de progresión formidable y que lo vuelve en una metáfora completa. También el poeta ha optado por el empleo de recurso de la letanía con enumeraciones recurrentes y anafóricas como anhelo de totalidad surrealista. De suyo es conocido que la metáfora surrealista, aun cuando se aborden cotidianidades, no suele resultar familiar, como sugiere Riffaterre[xv] todo depende si lo expresado es perceptible con la realidad y «si hay una estrecha relación entre las palabras y las cosas.» Este modo de escritura no ha sido lo suficientemente abordado ni comprendido. Tampoco parece incidir en la literatura nacional interrumpida por muchos factores, y ello quizás, solo quizás, explique las dicotomías y la sordera que existe frente a la vanguardia surrealista en El Salvador.
André Cruchaga,
Barataria, El Salvador, febrero 19 de 2023.
(A diez años de haberse publicado la obra «Negro»)
[i] Fajardo, Alfonso. Negro. Laberinto Editorial, El Salvador, 2013. 76p.
[ii] Medina, Raquel. El Surrealismo en la poesía española de posguerra 1939-1950. Visor libros, Madrid, University of Massachusetts, 1997. 199p.
[iii] Larrea, Juan. César Vallejo y el surrealismo. Visor libros, Madrid, 2001. 280p.
[iv] https://www.rae.es/drae2001/negro.
[v] https://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/13/aih_13_3_020.pdf
[vi] Rene Depestre, «Saludo y despedida a la negritud», África en América Latina, España: UNESCO;
Siglo XXI, 1987,
[vii] https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-71812018000200119
[viii] Gómez Correa, Enrique. Poesía explosiva, 1935-1973. Mándrágora. Ediciones “Aire libre”, Santiago de Chile, 1973.Prefacio de Stefan Baciu.
[ix] https://www.lavanguardia.com/vivo/psicologia/20220419/8206018/que-significa-color-negro-psicologia-cromatica-nbs.html
[x]https://repositorio.uchile.cl/bitstream/handle/2250/111489/Pizarro%20Francisca.pdf?sequence=1&isAllowed=y
[xi] Behar, Henry (1971). Sobre el teatro dada y surrealista. Barcelona: Barral.
[xii] Pellegrini, Aldo. Antología de la poesía surrealista de lengua francesa. Fabril Editora. Buenos Aires, Argentina.
[xiii] Cirlot, Victoria. El mundo del objeto a la luz del surrealismo. Barcelona, Anthropos, 1986.
[xiv] Balakian, Anna. Surrealism. The road to the absolute. Chicago: University of Chicago Press, 1986.
[xv] Rifaterre, Michael. Semiotic of Poetry. Bloomington-London, Indiana, 1978.