El poeta Vladimir Amaya reflexiona sobre el compromiso en la poesía, y sobre las formas que puede tomar el compromiso frente a una realidad nacional como la salvadoreña
Se suponía que estas palabras rondarían sobre la importancia del compromiso en los tiempos actuales de El Salvador. Pero creo que antes deberíamos preguntarnos si nuestra poesía tiene algún compromiso; si los poetas conocen el verdadero sentido de la palabra “compromiso”.
Ultimadamente se quiere escribir sobre compromiso, defender una idea, tomar una postura; pero sin los sacrificios que conlleva tomar la decisión de pronunciarse: perder algunos cuantos contactos, caerle mal a ciertas personas y que nos retiren ese capital simbólico que son los réditos de los comentarios halagüeños, las invitaciones a los festivales, a las revistas, etc. Lo triste es que muchos de los autores que dicen defender la patria, señalar al dictador, no tienen el primer compromiso de gran importancia que se debe tener en este oficio: ese compromiso con la palabra misma.
A la palabra hay que conocerla, saberle sus pasadizos, sus ventanas, tanto desde sus formas hasta todo ese abanico de posibilidades que ofrece. Reconocer sus diferencias, pues es un reino muy grande, todo cabe en ella si el poeta no tiene límites.
La poesía está para enamorar a la novia, para darle voz al dolor y a la soledad del individuo, pero también para contar las tragedias colectivas, para enfrentar a los tiranos, para no soltar la última arma que le queda al ser humano reventado: su palabra, porque la palabra nos lleva a los sueños. ¿y qué es un país sin sueños?
El acompañamiento de los autores junto a las masas más pobres del planeta ha estado desde hace muchos siglos atrás. Hoy sigue siendo lo mismo en El Salvador, hoy más que nunca que empieza el desmonte de nuestra memoria.
¿Qué es importante ese compromiso? Sí. Pero si el poeta solo es un ridículo, aunque nos hable de “posturas” y “compromisos” solo estaremos ante un timador. Los mentirosos no solo son los presidentes: hay que tener mucho cuidado. Abundan poetas que no leen, o leen de manera desordenada. Porque si la poesía es un arma cargada de futuro, estos poetas suelen volarse la cabeza al solo estarla limpiando.
Eso “que la obra hablará por uno” a veces no es suficiente, y muchos autores de esa frase se agarran y confían, sin reconocer que el poema es extensión hacia otra sangre, hacia otra vida. El compromiso para los poetas salvadoreños tendría que ir más allá de las luchas ideológicas y la búsqueda de las libertades ahora perdidas. Es de lectura, relectura, porque solo así se demuestra la verdadera responsabilidad “social” de un autor.
¿Realmente ahora el “compromiso” es salir bien peinado en la foto? ¿Para esto mueren los poetas hoy? Al escribir esto se me vienen a la mente aquel comentario de un muy buen poeta salvadoreño que decía algo menos así: “la poesía no es espectáculo”. Aunque todos sabemos: la poesía nos sobre pasa a todos, sobrepasa incluso a la misma literatura con sus fósiles teorías y frías percepciones y tratados.
Con la poesía el hombre ama, y también ríe y llora. Se emborracha, se salva, o se hunde todavía más. Por eso no sorprende que ha estado siempre en medio de las injusticias, en los tiempos más crudos para brindarle al hombre común una luz, esa certeza estúpida que, incluso estando perdido, no está completamente solo. Que hay alguien que sabe lo que sufre, que traduce en palabras imposibles sus sentimientos más recónditos, sus impulsos más terrenales, sus esperanzas más inauditas. Ese alguien es el poeta.
Son tiempos difíciles para El Salvador. Nos queda la poesía, nos queda la voluntad de resistir. No necesitamos poetas, necesitamos poesía que revitalice nuestra deuda porque “la vida es un nacer a cada instante”, como dicen los liricos.
Hace poco leí por ahí en las famosas redes sociales que “la palabra (la poesía) en El Salvador ha perdido fuerza”. Lo creo. Lastimosamente lo creo. Añadiría que la poesía ha perdido toda seriedad, esa seriedad tan jodiona y humana que la hace ser. Quizá exagero, quizás solo hablo por mí, pero incluso eso, es ya tomar una posición ante el mundo.
Vladimir Amaya (San Salvador, 1985) Licenciado en Letras y profesor escalafonado de Educación Media. Ha publicado nueve poemarios y medio, entre los que se mencionan: Los ángeles anémicos (2010), Tufo (2014), Este quemarse de sangres entre lágrimas y excrementos (2017) y Pura guasa (2020). Ha publicado varias antologías de poesía y cuento salvadoreño, así como sus propios libros educativos de acuerdo a los programas de estudio del Ministerio de Educación, los cuales utiliza con sus alumnos. Fue director de la revista Cultura.
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