Alfonso Fajardo nos comparte su visión sobre la coyuntura política de El Salvador y la posible relación de esta con la poesía en la actualidad
Quería escribir este artículo desde hace un par de años. Específicamente, desde lo sucedido el 1 de Mayo de 2021 en la Asamblea Legislativa, fecha en la que la «Bancada Cyan» dio un Golpe de Estado a la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia y a la Fiscalía General de la República. Creo firmemente que es necesario escribir y debatir sobre las posibilidades de la poesía en esta coyuntura política que padece El Salvador, sin importar si lo escrito es políticamente correcto o si gracias a lo que aquí escriba me traiga enemistades gratuitas. No importa. Para nadie es un secreto la crisis institucional que ha tenido El Salvador en los cinco años de este gobierno. Sin embargo, como nuestra memoria es de corto alcance, quizá sea necesario revisar algunas fechas claves de nuestra historia reciente
Todo empieza el 3 de febrero de 2019, fecha en la que las mayorías eligen al actual presidente de El Salvador. Aunque ya se habían vivido algunos actos intolerantes como el famoso tarimazo frente a la Fiscalía General de la República, es a partir del 1 de junio de 2019 que se empieza a observar el carácter autoritario del presidente millenial, por medio de los famosos «tuits» en los que sin respetar el debido proceso, ordenaba la destitución de decenas de empleados de instituciones públicas, casi todos correligionarios del FMLN. La siguiente fecha clave es el 28 de febrero de 2020, es decir las elecciones legislativas y municipales, donde el partido Nuevas Ideas obtuvo 56 diputados la mayoría absoluta necesaria para tomar decisiones como la destitución de funcionarios, más los 5 diputados obtenidos por sus aliados de GANA, hicieron un total de 61 diputados de 84 en la Asamblea Legislativa de entonces, una mayoría absoluta que no se veía desde los tiempos de la famosa aplanadora verde.
Las mayorías de la población salvadoreña, entonces, le dieron este poder al presidente, su partido y sus aliados, eso es innegable. El pueblo, sabio o no, le otorgó esta gran mayoría. Pero, ¿acaso la legitimidad que otorga una mayoría absoluta implica una legitimidad para ejercer actos arbitrarios, inconstitucionales y autoritarios?
La siguiente fecha clave es el 1 de mayo de 2021, es decir la primera sesión de la «nueva» Asamblea Legislativa, en esta sesión, los diputados serviles a los designios del presidente, destituyeron a cinco magistrados de la Sala de lo Constitucional y al Fiscal General de la República. Las destituciones, si bien se encuentran contempladas en el Art. 186 de la Constitución, constituyen un Golpe de Estado por las siguientes razones: a) Debían existir causas específicas, previamente establecidas por la Ley, para ejercer dicha potestad; b) No se le permitió, ni a los magistrados de la Sala de lo Constitucional ni al titular de la Fiscalía General de la República, ejercer el derecho de defensa contemplado en los Arts. 11 y 12 de la Constitución; c) La destitución no tuvo mayor discusión dentro de la Asamblea Legislativa, lejos de eso, el dictamen pasó al pleno con dispensa de trámite. Estos son solo algunos de los motivos por los cuales las destituciones no constituyen un ejercicio incontrovertido de la Asamblea Legislativa, constituyendo un verdadero Golpe de Estado y una fractura enorme a la joven democracia de El Salvador. No hay que ser un gran jurisconsulto para entender que estas destituciones fueron un Golpe de Estado, un autogolpe para empezar a cooptar todas las instituciones del Gobierno y hacer desaparecer el sistema de frenos y contrapesos propios de una democracia. Digo que no es necesario ser un jurisconsulto para entender lo anterior, pero al mismo tiempo admito que la gran mayoría de la población no entiende por qué estas destituciones constituyen un Golpe de Estado, es entendible porque también las grandes mayorías no han tenido la oportunidad de tener una educación suficiente como para discernir la naturaleza de estos actos. Lejos de ello, esas grandes mayorías de la población aplaudieron el Golpe, sin saber que esas decisiones se les revertirían con el tiempo. Tengo la suerte de ser abogado, y por ello entiendo de mejor manera el significado de todos estos actos autoritarios. Desafortunadamente, para las grandes mayorías, cansadas de los gobiernos corruptos de ARENA y del FMLN, entender las consecuencias de lo ocurrido el 1 de mayo de 2021 va más allá de sus necesidades inmediatas, y por eso la popularidad del presidente, a pesar de todo, no ha bajado. Si a ello le sumamos que la gran problemática de las pandillas ha cesado, lo cual es positivo desde cualquier punto de vista, se entiende aún mejor el apoyo de las mayorías a Bukele. El asunto aquí es discernir qué se ha perdido por haber ganado esa batalla.
Las próximas fechas clave son diversas, y al ser tantas, las resumiré de esta manera: el 31 de agosto de 2021, la Asamblea Legislativa emite un decreto para destituir a todos los jueces mayores de 60 años, asumiendo que todos ellos son corruptos y negando toda la experiencia que todos estos jueces pudieron haber acumulado en su carrera. En el fondo, el Órgano Ejecutivo quería a jueces a la medida, que no fueran ningún tipo de contrapeso con respecto a las decisiones arbitrarias de su Fiscalía General de la República, de su Instituto de Acceso a la Información Pública y de cualquier otra institución que, ya para entonces, estaban totalmente cooptadas por el oficialismo. El 3 de septiembre de 2021, la Sala de lo Constitucional, que antes era el contrapeso perfecto para las arbitrariedades que durante diez años intentó hacer el FMLN, y que ahora está integrada por magistrados impuestos por el Golpe de Estado del 1 de mayo de 2021, sin que se lo hubiesen solicitado dentro de un proceso de amparo, autorizó mediante sentencia e interpretación nefasta de la Constitución, la posibilidad de reelección inmediata para la presidencia de la República. En el fondo, esta es una estrategia que ya habían usado Juan Orlando Hernández en la narcodictadura de Honduras y Daniel Ortega en la dictadura de Nicaragua, esta acción corresponde al manual perfecto del dictador: cooptar las instituciones y legalizar y legitimar sus actos mediante interpretaciones falsas de la Corte Suprema de Justicia. En fecha 3 de noviembre de 2023, el Tribunal Supremo Electoral avaló la candidatura inconstitucional del Bachiller Bukele para ser candidato a la presidencia. Más allá de las discusiones jurídicas, que por el momento no vienen al caso, tanto la candidatura como la elección misma son ilegales e inconstitucionales, provienen de un Golpe de Estado y vinieron a confirmar que El Salvador vive en una dictadura desde el 1 de mayo de 2021. Estas son tan solo algunas fechas claves dentro del proceso de desmantelamiento de la débil e imperfecta democracia que vivía El Salvador, pero democracia al fin.
Ante todos estos «golpes a la democracia» como bien lo escribió el recordado poeta Luis Borja en uno de sus últimos poemas, muchas organizaciones de la sociedad civil, nacionales e internacionales, la prensa independiente, los políticos valientes, la sociedad civil por medio de multitudinarias marchas, han manifestado su descontento y rechazado las autoritarias decisiones tanto del Órgano Ejecutivo como del Órgano Legislativo. ¿Y los poetas, ante esta coyuntura, dónde están?
Ha sido atronador el silencio de la mayoría de poetas en El Salvador en esta coyuntura de autoritarismo y de «golpes a la democracia». Es un autoritarismo que desde hace mucho tiempo dio paso a una dictadura y a una práctica fascista de ejercer el poder. Evidentemente, generalizar es contraproducente, pero lo cierto es que, al igual que todas las gremiales y la población en general, el temor a represalias es grande y por ello el silencio es profundo.
Actualmente no existe en El Salvador ninguna de las características propias de una democracia saludable: separación de poderes, independencia judicial, instituciones que velen por los derechos humanos, respeto a la disidencia, respeto a la pluralidad de ideas, respeto por las minorías. Muy por el contrario, muchas de las características de cualquier dictadura se han venido instalando de manera acelerada: persecución política a la disidencia, instrumentalización de las instituciones del Estado para judicialización de casos en contra de la oposición, anulación de la oposición política en base a la amenaza, ataques a la prensa independiente; preponderancia de la Fuerza Armada en detrimento de la Policía Nacional Civil, abusos de la Policía Nacional Civil en contra de la ciudadanía, y violaciones de los derechos humanos de la ciudadanía por parte de ambas instituciones bajo la complicidad del presidente. Cada día nacen más violaciones y «golpes a la democracia» por este Gobierno fascista. ¿Y los poetas, dónde están?
Me perdonarán los y las poetas por ahondar tanto en estas realidades, sobre todo porque en el fondo este artículo de opinión tiene en el centro de su eje a la poesía. Pero en realidad es necesario repasar todas estas arbitrariedades para poder contextualizar el silencio de la población en general, y si me refiero solamente a los y las poetas es también porque dentro de este género se ha cultivado una resistencia activa en contra de las dictaduras.
Quizá seguir mencionando fechas claves en las cuales se han asestado golpes a la democracia generará resquemor, pero es necesario para seguir contextualizando un período de la historia reciente que es inédito. Mencionemos, entonces, más sucesos: el debilitamiento y casi aniquilación del Instituto de Acceso a la Información Pública, convirtiéndolo en apéndice del silencio del Estado en cuanto a temas sensibles como la no extradición de pandilleros requeridos por la justicia estadounidense, ausencia de entrega de los archivos militares de El Mozote, y la gran inoperancia en permitir que la Asamblea Legislativa reserve por muchos años la información que debería ser pública de manera oficiosa, como los viajes de los diputados, las compras de vacunas en contra del Covid-19, contrataciones públicas de infraestructura, los viajes del presidente, y un largo etcétera.
Frente a toda esa realidad, impera un enorme silencio. El silencio de muchos y muchas poetas abarca todo tipo de especies: hay poetas que fueron combatientes y que no necesariamente trabajan para el Gobierno pero que igual guardan silencio. Hay poetas que incluso fueron de la Generación Comprometida pero que invierten su tiempo en darles la bienvenida al país a influencers, en lugar de pronunciare sobre la destrucción del patrimonio cultural del edificio donde laboraban. Hay poetas que trabajan directamente para el régimen porque así lo han querido. Hay poetas que están convencidos que todos los «golpes a la democracia» están bien, que no hay problema y que todo se hace porque así lo ha querido la mayoría. Hay poetas que guardan silencio porque quizás esperan que el Estado les publique algún librito, les invite a algún festival, los contraten para algún taller o, en términos generales, les compartan algo de las mieles del poder. Pero aquí debemos entrar a otro dilema ético: ¿Vamos a defenestrar a los y las poetas que guardan silencio aunque sepan perfectamente que vivimos en un régimen dictatorial inicial y fascista? ¿Vamos a entronizar a aquellos o aquellas poetas que no callan o que dejan clara su posición mediante actos de resistencia?
Desde mi perspectiva meramente personal, los absolutismos son los peores enemigos de la imparcialidad y la independencia de pensamiento. Por ello, en esta coyuntura político-social que vivimos, creo que no hay que defenestrar a quienes guardan silencio, ellos y ellas tendrán sus razones, valederas o no, pero razones al final. Mucho menos deberíamos desacreditar a determinados autores sin considerar su obra, pues esta puede tener una alta calidad literaria independientemente de su posición política. Si bien la historiografía literaria salvadoreña refleja una gran tradición de literatura contestaria, también ha habido, hay y habrán muchos autores que, lejos de tocar estos temas en su literatura, los obvian, y ello no significa que su obra sea mala, implica solamente que prefieren, por múltiples razones, obviar la realidad salvadoreña. En este sentido, siempre han existido, existe y existirán autores que guarden silencio o que no se pronuncien sobre determinadas coyunturas de la realidad nacional. Incluso podemos afirmar que han existido, existen y siempre existirán autores que han estado cerca o están cerca del poder, ejerciendo funciones de mercenarismo intelectual a favor de regímenes, pasados, presentes y futuros. En lo personal, provengo de una generación que en la posguerra quiso distanciarse de los moldes o registros poéticos de la preguerra y de la guerra, un registro lleno de mucha valentía, pero que también sufría los excesos de la urgencia. Nadie intuía que a la vuelta de treinta años, algunos de esos autores que quisieron distanciarse de esos moldes, iban a rescatarlos para no callar frente a la deriva autoritaria y dictatorial del presente. Sobre las formas que toma la ausencia de silencio también se puede escribir o debatir mucho, el tiempo me ha demostrado que quizá ya no baste con escribir y leer poemas que supuestamente son o pueden ser incómodos. Ahora, tengo la certeza que como ciudadanos debemos ir más allá de la postura o impostura literaria, en la cual también he caído en determinados momentos:
¿Qué hacer o no hacer entonces? ¿Vamos a seguir asistiendo a lecturas para leer poemitas comprometidos? ¿Vamos a vanagloriarnos por no callar? ¿Vamos a defenestrar al que calla y a criticar al que no guarda silencio? ¿Vamos a seguir criticando las actitudes valientes?
Al final, la toma de una postura es una decisión eminentemente personal. Sin embargo, es la historia la que para bien o para mal juzgará el silencio. En todo caso, antes de ser poetas somos ciudadanos, y como ciudadanos deberíamos estar informados de lo que sucede en la realidad nacional. Si luego de informarse y comprender la realidad se elije el silencio, entonces entramos a terrenos neblinosos donde las viejas etiquetas vuelven a surgir. Entre los años 60 y los 80, a muchos y muchas poetas se les calificó de «evasivos» o «metafísicos», por mencionar algunas palabras, etiquetas que se usaban para identificar a los autores que no se pronunciaban sobre la realidad nacional. A mí, en lo particular, no me interesa señalar ni etiquetar, pero basta decir que la realidad es enorme y que el sol no se puede ocultar con un dedo. Basta decir que somos ciudadanos antes de ser poetas, basta decir que la valentía tiene sus riesgos y que es decisión de cada quien asumirlos.
Alfonso Fajardo, poeta y abogado, miembro fundador del Taller de Letras Gavidia (TALEGA). Tiene publicados varios libros de poesía. Tiene el título de “Gran Maestre”, rama Poesía, 2000, otorgado por la extinta CONCULTURA, hoy Ministerio de Cultura, por haber obtenido tres primeros lugares nacionales en poesía. Por otra parte, aparece en varias antologías, tanto nacionales como internacionales. Ha participado en varios festivales internacionales de poesía como el Festival Internacional de Poesía de Medellín, el Festival Internacional de Poesía de Granada y otros. Es miembro del Consejo Editorial de la Revista Cultural “El Escarabajo”. Además, es columnista, abogado, con Maestría en Derecho de Empresa, y posee su propia Firma de Abogados donde se especializa en temas relativos a propiedad intelectual y derechos culturales. Es egresado de la Maestría en Estudios de Cultura Centroamericana, opción Literatura, de la Universidad de El Salvador.
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