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Transcripción de narrativa sobre la campaña electoral previa a las elecciones salvadoreñas de 1923

Opinión de Héctor Lindo Fuentes

Héctor Lindo Fuentes, reconocido historiador salvadoreño, nos comparte un breve comentario de la transcripción de un texto publicado en California, Estados Unidos, del escritor mexicano Victoriano Salado Álvarez. El artículo hace referencia a la masacre de Navidad de 1922, en plena campaña de las elecciones de 1923


A continuación, presento la transcripción de la parte medular de un artículo por el escritor mexicano Victoriano Salado Álvarez que se publicó en un periódico de la ciudad de San Francisco, California, en 1923. El texto es una narrativa muy impresionante de los acontecimientos que rodearon la elección a la presidencia de El Salvador de Alfonso Quiñónez Molina. El escritor explica que obtuvo la información en una conversación con un salvadoreño amigo. El aspecto más importante del artículo es una descripción detallada de la masacre de Navidad de 1922, en la que el gobierno de Jorge Meléndez atacó a una manifestación de mujeres que apoyaba la candidatura del principal rival de la dinastía Meléndez-Quiñónez, don Miguel Tomás Molina. La conversación ocurrió a poca distancia de los acontecimientos puesto que el artículo se publicó doce semanas después de los hechos. La narrativa es tan dramática y crítica de las acciones de las autoridades que cabe preguntarse si es la obra de un radical de izquierdas empecinado en ensuciar el legado del gobierno salvadoreño. Lo que sabemos del autor del artículo indica todo lo contrario.

Victoriano Salado Álvarez era un hombre prominente del México del dictador Porfirio Díaz. Como parte de su larga trayectoria como representante del gobierno de Díaz, en la que llegó a los niveles más altos de la carrera diplomática, él había estado destinado en Guatemala y El Salvador en 1911. Es comprensible entonces que tuviera amistades salvadoreñas. Además de diplomático era escritor destacado y llegó a ser miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y de la Academia de la Historia. Ningún aspecto de su biografía indica simpatías por los movimientos populares que estaban haciendo sentir su presencia en América Latina, y particularmente en México, en la época de las revoluciones mexicana y rusa. Debido a su perfil de hombre conservador vinculado al antiguo régimen, él tuvo que renunciar a la carrera diplomática durante la Revolución Mexicana. Hasta donde sabemos, sus contactos con salvadoreños estaban relacionados con su trayectoria como representante de su gobierno y sus intereses literarios, lo que hace pensar que su informante era miembro de la élite salvadoreña. El posicionamiento social y la biografía de Salado Álvarez no sugieren que el tenor de su relato esté inspirado por ideologías radicales.

Algunos de los recuentos de la masacre de Navidad alegan que fue el resultado de las acciones de policías y soldados borrachos que escaparon al control de las autoridades, las cuales no tenían la intención de atacar la manifestación. Hay un dato que permite poner en duda esta versión. Un informe de Montgomery Schuyler, el enviado estadounidense, señala que el día del primer aniversario del ataque a las manifestantes, Jorge Meléndez, para entonces expresidente, escandalizó a los miembros del Club Internacional ofreciendo un brindis para conmemorar la masacre, un acontecimiento que había dejado profundo resentimiento en todos los niveles de la sociedad salvadoreña. Meléndez estaba orgulloso de lo que había ocurrido.

La no-reelección en El Salvador*

Por el Lic. V. Salado Álvarez

[…]

Hace doce años no cambia la familia reinante y de melendistas, esto es, de sucesores de Don Carlos Meléndez que fundó la dinastía, está llena la tierra, pues vino luego el hermano Don Jorge, luego el cuñado Don Alfonso Quiñónez y allí queda aquello hasta nietos y tataranietos. Tuve hace pocos días una conversación con un sujeto salvadoreño que llegó aquí escapado de su tierra y me refirió particulares curiosos sobre las últimas elecciones en aquella interesante democracia.

El único candidato impuesto por Don Jorge y sostenido por la Guardia Nacional, el ejército, la policía y la Liga Roja, era el Dr. Quiñónez. Todos los alcaldes que habían sido electos por dos años para asegurar el triunfo y todos los comandantes eran quiñonistas. En esas condiciones no podía surgir ningún candidato y así fue lanzada la candidatura de Quiñónez, sin ninguna oposición, pues el que se atrevía a hablar era internado en la penitenciaria donde lo vejaban, o lo sacaban del país. El estado de sitio impera con todo rigor desde hace más de un año. La censura periodística es terrible y la imposición brutal y descarada. Así las cosas, llegó de Europa Don Miguel Tomás Molina y tanto por el prestigio de este notable hombre público, como por el enorme desprestigio de los Meléndez-Quiñónez, se vio en él al único que podría salvar la situación y servir de bandera para lanzar una candidatura que se opusiera a la impuesta por el gobierno. Todo fue anunciar su nombre. y unirse a él el pueblo entero, cansado de vejaciones. Todos los gremios: profesionistas, obreros, campesinos, etc., se fueron a Molina con un entusiasmo rayano en el delirio. A diario se fundaban clubs en todo el territorio. Comenzaron las manifestaciones públicas y entonces se pudo ver de manera palpable que el candidato oficial no contaba con más elementos que los que el gobierno le suministraba: alguaciles, comandantes cantonales, empleados públicos, etc., y aun éstos venían a la fuerza, conminados con palos y arrestos. Para aumentar el número ocurrieron a todo género de expedientes: la Guardia Nacional recorría los caminos deteniendo a todos los transeúntes, exigiéndoles la presentación de su boleto de inscripción a la Liga Roja y al que no lo tenía lo conducían preso hasta el pueblo más cercano, donde era detenido hasta que se filiaba a la tal Liga o lo tenían preso y lo multaban acumulándole cualquier delito, hasta conseguir que se convirtiera en quiñonista para salvarse del trance. La primera manifestación que se hizo a favor del Dr. Molina fue una cosa nunca vista en el país. Más de 20,000 hombres de todas las clases sociales, en que predominaba el elemento sano y consciente de la república, recorrió las calles dando vivas al candidato. Fue verdaderamente imponente, e hizo ver al gobierno que si llegaba a las elecciones el triunfo del candidato oficial era imposible. Y fue entonces que comenzaron los atropellos, las violencias de todo género y la más terrible persecución a todos los que simpatizaban con Molina. A pesar de tan brutal imposición los molinistas no cejaban y el número aumentaba cada día, pues todos comprendían que era la única salvación del país. La propaganda seguía y el entusiasmo era cada vez mayor. La señoras y señores de la mejor sociedad fundaban clubs en toda le república, inclusive las “mengalas”. Puede decirse sin exageración que todo el país estaba con el candidato independiente.

El gobierno aumentó sus atropellos, calló a todo el que hablaba o escribía, la censura se hizo más rigurosa y la imposición más descarada. A pesar de todo, el elemento femenino organizaba manifestaciones brillantísimas. Entonces el gobierno «prohibió las manifestaciones populares»; pero la prohibición alcanzaba solamente a los del partido de la oposición, pues los del bando contrario las hacían sin que nadie las estorbara.

Las señoras y señoritas arreglaron entonces una manifestación de mujeres de toda la república, venciendo cuantas dificultades se les oponían y fijaron la fecha para el 25 de diciembre. Cerca de veinticinco mil mujeres, vestidas de azul llevando banderitas, daban vivas al Dr. Molina y pedían nada más que libertad en las elecciones.

El gobierno se había propuesto matar el molinismo esa misma tarde, sin importar las infamias de que se valiera.

Armó a centenares de Ligas Rojas, puso piquetes de Guardia Nacional en todas las calles por donde pasaría la manifestación, lo mismo que pelotones de policía y a una señal convenida, las ligas rojas, la Guardia Nacional y la policía dispararon sobre aquella enorme masa de mujeres y niños indefensos. A las descargas cerradas todas las mujeres trataron de huir y fueron recibidas en las bocacalles a tiros y machetazos. En las proximidades de la casa presidencial, los cuarteles y la policía pusieron ametralladoras que sembraron la muerte sin piedad. Hubo rasgos muy heroicos, pues las mujeres en su desesperación luchaban con piedras contra los esbirros que sin misericordia las ultimaban con la pistola o el machete.

La matanza duró más de dos horas y nadie podía regresar a sus casas, pues por todas partes eran recibidas a tiros. Esto pasó cerca de las cinco de la tarde, duró hasta que fue de noche y cómo cada uno pudo llegó a su hogar, y aquí eran los cuadros de dolor que desgarraban el alma; en muchas familias faltaban miembros que era imposible averiguar si habían muerto o estaban en la cárcel, pues las prisiones que se hicieron son incontables. Todo estaba tan premeditado y bien dispuesto que en los lugares donde sabían que sería mayor la matanza tenían listas ambulancias que recogieran a los muertos y heridos que eran trasportados rápidamente a la policía en donde lejos de prestarles ningún auxilio ultimaban a los que iban con vida. El tráfico quedó interrumpido; piquetes de policía recorrían las calles infundiendo pánico y rompiendo a culatazos las puertas de las casas de molinistas para capturarlos. Hubo muchísimos heridos y muchos muertos cuyo número nunca se sabrá, pues para completar la infamia y borrar las huellas de tamaño crimen a eso de las once de la noche hubo un fuerte tiroteo por los barrios de la ciudad. Todos pensaban que había estallado una revolución y era que los mismos gobiernistas la simulaban para enterrar a los muertos sin que nadie se diera cuenta y poder fusilar a quienes les diera la gana. Los muertos fueron sepultados en zanja común sin identificarlos siquiera. Los heridos eran ultimados y los que lograban escapar con vida eran atendidos en las casas donde buscaban abrigo. Muchos heridos graves lograban llegar a sus casas y algunos fallecían sin auxilio. La Guardia Nacional rondaba la población arrebatando los cadáveres y disolviendo a tiros el velorio.

Mientras esto sucedía en la capital, en todos los departamentos simultáneamente se apresaba a todos los molinistas, algunos, de los cuales todavía continúan en prisión. Las cárceles estaban atestadas de molinistas a los que se atropellaba de la manera más brutal. A la prensa se le obligó a callar y no le fue permitido más que reproducir el editorial del “Diario Oficial” en el que se decía que “los molinistas habían promovido un desorden y que el gobierno se había visto obligado, para conservar el orden, a reprimir la intentona revolucionaria con la fuerza, habiendo resultado unos pocos muertos y algunos heridos, la mayor parte fieles defensores del gobierno”, calumnia infame, pues ni siquiera un esbirro resultó herido, lo que prueba irrefutablemente que ningún manifestante iba armado.

El terror continuó cada vez con más rigor y las violencias cada vez más brutales hasta el 14 de enero, fecha de las elecciones, “las que se efectuaron en toda calma y gozando los ciudadanos de los más amplios derechos que la ley les concede.” El resultado fue que salió electo por unanimidad en toda la República el Dr. Quiñónez. Pero, así y todo, las persecuciones, las violencias, los extrañamientos del país, los encarcelamientos, las palizas, las torturas, continúan. Nadie puede hablar ni una palabra pues hay un ejército de “orejas” hasta de levita y a la menor denuncia van a la cárcel o al destierro. La prensa amordazada, la cuchilla sobre el cuello y la perspectiva de que la dinastía Meléndez – Quiñónez se perpetúe en el poder en aquel infortunado país dejado de la mano de Dios.

Así acabó mi amigo, y yo les traslado la lección a los que creen que en la América Latina va a brotar el cogollo de la democracia.

V. SALADO ALVAREZ. San Francisco, Cal.

a 9 de marzo de 1923

*Hispano-América, San Francisco, 17 de marzo de 1923, p. 1.



HÉCTOR LINDO FUENTES. Ph.D. en Historia de la Universidad de Chicago, se ha desempeñado como catedrático en varias universidades de Estados Unidos y Centroamérica. Miembro de la Academia de Historia Salvadoreña, actualmente es profesor emérito de la Universidad de Fordham.


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