El poeta y psiquiatra Jesús Martínez nos comparte una ponencia sobre la psique de Salarrué en el que aborda elementos del Psicoanálisis en la vida y obra del autor
Jesús Martínez | Poeta y psiquiatra
Este es un tema delicado porque vamos a hablar de una de las grandes figuras artísticas de nuestro país y lo hacemos con profundo respeto y una gran admiración. El fin es aproximarnos al complejo sujeto quien fuera Salvador Salazar Arrué, no el de atacar su imagen, no el de colocar una etiqueta o realizar un diagnóstico clínico, también aclaramos que se tratan de meras hipótesis deducidas de lo que sabemos del sujeto y no de lo que él mismo nos pudiera decir. No pretendemos realizar un estudio exhaustivo como los realizados a James Joyce o Vincent Van Gogh si no a una aproximación para estudios posteriores de mayor profundidad, solidez historiográfica y científica.
Comenzaremos con algunos datos tomados del estudio de Ricardo Aguilar «Humano» en el primer tomo de la Narrativa completa de Salarrué publicado por la Dirección de Publicaciones e Impresos y otros datos publicados por Eugenio Martínez Orantes en El vuelo del Torogoz, lo jamás contado sobre Salarrué.
Salarrué: pseudónimo de Salvador Salazar Arrué. Pintor personalísimo, también publicó poesía y novela; pero, su verdadera vocación se manifestó en el cuento y, en ese sentido, es uno de los autores centroamericanos más prolijos en este género.
Salarrué es uno de los escritores salvadoreños de mayor importancia en el Siglo XX, no solo por su personal estilo narrativo y su vasta producción artística, sino también por la profundidad psicológica de los personajes tratados en su obra.
Los editores de su obra O- Yarkandal (CONCULTURA, San Salvador, 1996) dicen de Salarrué: «El más importante cuentista en la historia de la literatura salvadoreña»; «Sus narraciones sobre el mundo campesino han sido aclamadas en diversas latitudes; sus relatos fantásticos asombran por su desbordante imaginación. El manejo riguroso del género, la capacidad para profundizar en pocos trazos en la humanidad de sus personajes y un lenguaje basado en una estricta economía de recursos, ubican a Salarrué en las primeras filas de los cuentistas en lengua castellana de este siglo…».
En 2016 su legado fue incorporado por la UNESCO al Registro Latinoamericano de Memoria del Mundo a petición del Museo de la Palabra e Imagen.
También es conocido que Juan Rulfo le dedico un ejemplar de Pedro Páramo «Para el maestro muy admirable ‘Salarrué’ con un cariñoso y sincero abrazo», escribió el mexicano. El texto termina con su firma y la fecha – mayo III – 1967
Algunas de sus obras son: El cristo negro, El señor de la burbuja, O-Yarkandal, Remontando el Ulúan, Cuentos de barro, Trasmallo, Eso y más, Conjeturas en la penumbra, Cuentos de cipotes, La espada y otras narraciones, Breves relatos, Nébula nova, Vilanos, Íngrimo, El libro desnudo …
Apuntes biográficos para considerar
Nació en Sonsonate, El Salvador, en 1899; y murió en San Salvador, en 1975.
Sus padres fueron María Teresa Arrué y Joaquín Salazar Angulo, un incipiente músico de honorable familia, en algunas biografías mencionan que era un trabajador de aduanas.
La relación no prosperó por diversas circunstancias, por lo que la joven madre debió mantener sola a sus hijos Joaquín y Luis Salvador Efraín, quien nació en una finca familiar ubicada en el cantón El Mojón que se convertiría en parte de la zona urbana del municipio de Sonzacate, en Sonsonate
En los años siguientes, los Salazar Arrué vivieron con apuros económicos, aunque recibían el apoyo de familiares cercanos, ya que su respetable ascendencia les favorecía. Los padres ya estaban divorciados cuando Salvador nació. El padre los visitaba rara vez. Salarrué su madre y su hermano mayor vivieron con su tío Rafael, hermano de la madre. La figura de la madre se torna muy importante para Salarrué, a la que recordará y mencionará con cariño en diversas ocasiones
«Para mamasita, raíz de mi vida, con el amor eterno de su hijo: Efraín», dice la dedicatoria de un retrato que Salarrué firmó en mayo de 1935.
Su hermano, Joaquín, siete años mayor no era muy inteligente y se dedicó a pequeñas labores. Visitaba a su hermano menor muy de tarde en tarde, para pedirle alguna ayuda económica. No así el padre que luego del abandono, no encontramos referencia a su figura.
Parece ser que fue su tío quien fue su benefactor quien ejerció la figura paterna, pero no alguien que representara la autoridad un hecho importante para la constitución psíquica.
La infancia de Luis Salvador transcurrió en medio del esplendor de la naturaleza tropical de Sonsonate. Aunque tímido y alejado de los juegos bruscos, se distinguía por su habilidad para inventar historias.
Cuando tenía ocho años, los problemas de dinero obligaron a su madre a mudarse, por lo que el jovencito alternó su domicilio entre San Salvador y Santa Tecla donde vivió en la residencia de sus primos Núñez Arrué, entre los que se encontraba Toño Salazar, futuro caricaturista de renombre. Su madre trabajaba como costurera y llegó a tener una academia de corte y confección.
Toño Salazar dice de su primo en su artículo «Salarrué maestro Zenzontle» de 1975: «Efraín era largo, alto, con un cabello ondulante color de naranja y miel…A Salazar Arrué le miraba algo de arcángel, un aura rara lo ponía en soledad… Tenía algo del aire de la palma de Sonsonate y algo de infancia retenida».
Esta descripción nos hace preguntarnos, ¿qué era esa aura rara que percibía Toño Salazar?
Junto a su primo Toño se inscribió en la escuela de Spiro Rossolimo de San Salvador, sin embargo, no pudo continuar costeándose los estudios. Al parecer esta desilusión le causó un episodio depresivo e incluso realizó un intento suicida. Eugenio Martínez Orantes lo cuenta así: «Se ensombreció y perdió el apetito y el sueño. Al verlo angustiado, flaco y ojeroso, un amigo lo invitó al Puerto de La Libertad. Sin pronunciar palabra y sin quitarse la ropa ni los zapatos subió al barandal y se lanzó contra las olas. Su amigo asustado pidió socorro gritando que Salvador no podía nadar, varios muchachos saltaron al agua para auxiliarlo y solo perdió un zapato».
Gracias a la influencia política de su familiar César Virgilio Miranda logró una beca del presidente Carlos Meléndez para formarse en los Estados Unidos, donde partió en 1916.
Al regresar al país en 1919 tomó la decisión de dedicarse únicamente al arte y cambió su nombre a Salarrué. Se propuso vivir de la pintura, pero debió enfrentar la realidad del inexistente mercado artístico y algunos de sus cuadros los terminó regalando.
Pese a todo, en el país se vivía el auge del periodismo de los años 1920, por lo que se dedicó a colaborar con ilustraciones y artículos en diversos periódicos para ganarse el sustento. Sus artículos los firmaba con el seudónimo «Salarrué».
En 1923, contrajo matrimonio con Zelié Lardé, también dedicada a la pintura. La pareja procreó tres hijas: Olga Teresa, María Teresa y Aída Estela. En esos años Salvador trabajaba como oficial de la Cruz Roja en San Marcos, departamento de San Salvador, población que había sido afectada por inundaciones en 1922. Allí decidió montar su estudio de pintura, y residía en un galerón prestado por esa misma organización. También comenzó a rodearse de artistas e intelectuales de la época, como Serafín Quiteño, Claudia Lars y Alberto Guerra Trigueros.
En estos tiempos Salarrué describe una serie de vivencias extrañas: «Me desprendía de mi cuerpo físico, y entre esas cosas salía consciente, primero con mucho miedo, después sin miedo, absolutamente consciente, por supuesto que estaba guiado y a saber por qué motivo se me concedió esa gracia y no podía ir a donde me daba la gana sino que me iba a muchos lugares, pero así en una forma espontánea… »
Estas experiencias lo llevaron a estudiar la teosofía, entre los artistas que incorporaban el grupo se encuentran: Alberto Guerra Trigueros, Claudia Lars, Serafín Quiteño. El estudio del pensamiento oriental y de las doctrinas esotéricas será un elemento central en la visión del mundo de Salarrué.
Sergio Ramírez, en la Introducción a El ángel del espejo de 1977, dice: «Su moral teosófica… no participa sólo de esa parafernalia esotérica, sino que se cimenta más profundamente en una ética que mucho tuvo que ver con su modo de vida, casi claustral, de los últimos años, sacerdote de sus misterios atlántidos, vegetariano irreductible, que cuando salía al mundo desde su refugio en los Planes de Renderos, en las afueras de San Salvador, lo hacía con asombro y temor…»
Esto lo vemos claramente en O-Yarkandal dónde Salarrué planteaba la existencia del reino mitomágico y legendario de Dathdalía, liderado por Euralas Sagatara, un alter ego del propio autor. En aquel imperio dathdálico en que se hablaba Bilsac, Salarrué presentaba una utopía personal fundamentada en la teosofía que practicaba y en la que veía opciones de perfeccionamiento social, político, económico y cultural, pero mediante el dominio de la raza blanca sobre un conjunto de negros sometidos a la esclavitud y a la sexualización continua.
Salarrué -como Tolkien o Martin- representa territorios diseñados a partir de lo inmaterial mediante planos y mapas.
Dice Salarrué sobre O-Yarkandal en sus palabras iniciales:
«Al influjo de la dulce droga del ensueño, sólo así…
»Pintando, cantando y danzando; vitral y mosáico, pero sobre todo, ánfora de Bunccah, de las que se leen tornándolas entre las piernas, suavemente, dulcemente… Libro de una fantasía dorada por la pátina de la realidad. De él dijo un gran soñador: “deleita el ojo y el oído”. “Colibrí con alma de ruiseñor; pompa de Dind-Din; octavo vaso de Amaremó”- Sí. ¡que lo sea, que lo sea!… para que lo tengas, para que lo guardes para ti y para mí, soñador sin nombre…»
Ya sabemos que Salarrué tenía experiencias poco usuales que no quisimos catalogar de psicopatológicas, pero tendremos más confianza si por esas experiencias fue ingresado en una Institución de Salud Mental en EUA. En un viaje en barco a New York, Salarrué se encontró una tabla de Ouija y un espíritu empezó a darle órdenes: «Eres un gran pecador y debes de pagar tus maldades. Necesitas limpiar tu alma por medio de la penitencia» … «Purifica tu alma. Como penitencia harás los trabajos más humillantes». ¿No son estas alucinaciones auditivas, síntomas de primer orden como los llama Kurt Scheneider, voces que ordenan y comentan la conducta a las que además el sujeto obedece? ¡Parece que sí!
También sabemos que en otra ocasión fue ingresado en el Hospital Nacional Psiquiátrico de Costa Rica «Manuel Antonio Chapui» aunque se desconocen las causas y los datos sobre la estancia.
Salarrué moría el 27 de noviembre de 1975, su situación pecuniaria era difícil. Unos meses antes se había negado a recibir al presidente de turno (Arturo Armando Molina) quien, a cambio de fotografiarse junto al enfermo, habría intercedido para aliviar sus apuros
¿Como creaba Salarrué?
Dice el mismo: «La Monja Blanca fue hecha de forma automática. Sin pensar. La mano guiaba lo que debía ser».
»Y tengo otro cuadro así también… Me ponía frente a la tela y la mano me guiaba para hacer el dibujo. Después la cabeza entendía y yo seguía con mi personalidad. Pero ya se me había dado el inicio».
¿No son estos fenómenos de automatismo mental tal y como lo describe el psiquiatra francés Gaëtan Gatian de Clerembault? Como nos dice J.M. Álvarez en estudios sobre la psicosis, el síndrome de automatismo mental abarca tres dimensiones trastornos del pensamiento y del lenguaje, voces y automatismos motores y sensitivos.
Decía Salarrué sobre la pintura: «Creo que no hay pintor que no tenga una percepción consciente del mundo astral, porque el ojo se va haciendo a medida que uno trabaja en la pintura; se va tornando capaz de percibir el color como lo ve uno directamente en el mundo astral».
Es conocido que Cuentos de cipotes lo escribió en el baño mientras realizaba sus necesidades fisiológicas y que sus carcajadas se escuchaban en toda la propiedad. El resto de sus textos los escribió acostado en una hamaca en el corredor de su casa.
Salarrué opinaba de sí mismo: «Soy hombre poco escrupuloso aunque algunos, queriéndome hacer favor, digan de mí que soy buena gente. Hay algo, no soy modesto. Si lo fuese, no estaría aquí gritando… Tengo grandes defectos pero también tengo grandes cualidades, y sobre todo poseo una muy rara virtud: la de la flexibilidad humana que mata la personalidad y presta la indiferencia para con los honores y los galardones».
Tenía también las siguientes particularidades: era vegetariano, andaba descalzo y se bañaba en las fuentes de San Salvador; interés por la teosofía, subía a pie el cerro de Los Planes de Renderos, y sus hijas tenían un único juguete, el muñeco Betío.
La constitución subjetiva del sujeto
Para hablar de la estructura subjetiva de Salarrué primero tenemos que hablar de cómo se constituye un sujeto psíquico. El niño, cachorro humano, nace indefenso, vulnerable e inmaduro. Sometido a sus necesidades e instintos no podría sobrevivir si no fuera por otro que se ocupa de él, de satisfacer sus necesidades físicas y también emocionales, el cachorro humano depende de ese otro quien tiene sus propia estructura de personalidad, características, defectos y virtudes un sujeto humano marcado por su propia historia de crianza y desarrollo que también dependió de otro para constituirse en sujeto. Dependerá de esa vivencia histórica la manera en que se posicione ese adulto con ese bebé… Es en la relación del que en un principio no se diferencia, donde se va constituyendo ese niño que llegara a desarrollarse como ser humano. La madre humana es una madre que desea, una madre que ya desde antes de quedarse embarazada y antes de nacer el bebé, ya lo desea o no, ya tiene una representación hecha de él. Ósea que el bebé nace ya marcado por una historia que tiene que ver con la historia del padre y de la madre.
En esta relación los hechos que determinan la constitución del sujeto es lo que en el psicoanálisis se llama «el complejo de Edipo» donde el sujeto asume su relación con la ley del significante y simboliza la pérdida, que para Jacques Lacan en su seminario V Las formaciones del Inconsciente se compone de tres tiempos lógicos no cronológicos y que explica Hugo Bleichmar en Introducción al Estudio de las Perversiones (1980): en el primer tiempo del Edipo, el niño desea ser el objeto de deseo de la madre. ¿Qué desea la madre? El falo. Ella siente su incompletud, su falta, su castración en la medida en que le falta el falo. Esto es lo que hace que la mujer que desea ser madre busque un hijo que la haría sentirse completa; ella simboliza el falo en el hijo inconscientemente, es decir, produce la ecuación niño = falo. El niño, a su vez, se identifica con aquello que la madre desea, se identifica al falo; él es el falo para la madre y la madre pasa a ser una madre fálica, completa, a la que no le falta nada. En este primer tiempo del Edipo está en juego lo que Lacan denomina la tríada imaginaria: el niño, la madre y el falo; el falo cumple aquí con su función imaginaria: crearle la ilusión al sujeto de que está completo. La madre se siente plena, realizada, completa con su posesión.
En el segundo tiempo del Edipo, interviene el padre, pero más que el padre, interviene la función paterna. El padre, o la persona que cumpla con su función, interviene privando al niño del objeto de su deseo -la madre-, y privando a la madre del objeto fálico -el niño-. El niño, entonces, gracias a la intervención del padre, deja de ser el falo para la madre, y la madre deja de ser fálica. Esto último es lo más importante de este segundo tiempo: que la madre deje de sentirse completa con su posesión, que se muestre en falta, deseando, más allá de su hijo, a su esposo, o alguna otra cosa, es decir, que ella se muestre en falta, castrada, deseante. Si esto no sucede, el niño el niño queda ubicado como dependiente del deseo de la madre, y la madre se conserva como madre fálica.
La pérdida de la identificación del niño con el valor fálico es lo que se denomina castración simbólica; él deja de ser el falo y la madre deja de ser fálica, ella también está castrada; es decir que la función paterna consiste en separar a la madre del niño y viceversa. Es por esto que se dice que el padre, en este segundo tiempo, aparece como padre interdictor, como padre prohibidor, en la medida en que le prohíbe al niño estar con su madre, y le prohíbe a la madre reincorporar su producto. Él entonces tiene como función transmitir una ley que regule los intercambios entre el niño y su madre; esa ley no es otra que la ley de prohibición del incesto, ley que funda la cultura y regula los intercambios sociales.
En el tercer tiempo del Edipo, producida la castración simbólica e instaurada la ley de prohibición del incesto, el niño deja de ser el falo, la madre no es fálica y el padre… ¡tampoco!, es decir, el padre no «es» la ley -lo cual lo hace parecer completo, fálico-, sino que la representa -padre simbólico-. En este tercer tiempo del Edipo se necesita de un padre que represente a la ley, no que lo sea, es decir, se necesita de un padre que reconozca que él también está sometido a la ley y que, por tanto, también está en falta, castrado. En este tercer tiempo del Edipo, el falo y la ley quedan instaurados como instancias que están más allá de cualquier personaje ni el niño, ni la madre ni el padre «son» el falo; el falo queda entonces instaurado en la cultura como falo simbólico. El Edipo, por tanto, es el paso del «ser» al «tener» -en el caso del niño-, o «no tener» -en el caso de la niña- De estos tiempos lógicos cada individuo quedará inscrito en una estructura subjetiva, que serán entendidas como formas de estar en el mundo y a la forma permanente de luchar del Yo para elaborar sus angustias. Las estructuras son las siguientes: Neurosis si predominantemente se reprime (Verdrängung), Psicosis si predominantemente se forcluye o rechaza (Verwerfung), Perversión si predominantemente se reniega (Verleugnung). Vamos a decir que el psicótico y el neurótico no habitan el mismo mundo y que el perverso habita el mundo de noche.
La estructura subjetiva de Salarrué
Está claro que estamos hablando de un gran artista, uno de los más importantes de El Salvador pero que durante su vida tuvo fenómenos psicopatológicos como síntomas depresivos, un intento suicida, conductas extrañas y fenómenos de automatismo mental como en la creación de sus obras y un aparente delirio de trance y posesión donde «un espíritu se apoderó de él y le daba órdenes», síntomas que ameritaron al menos dos internaciones psiquiátricas.
Lo que determina la estructura subjetiva de Salarrué, es un fallo en el segundo tiempo del Edipo, él lo era todo para la madre y no encontramos en lo que hemos revisado que alguien intervenga desde la función paterna y ejerza la privación, la separación de la madre, ni siquiera tiene que competir con un hermano mayor menos inteligente y con menos virtudes que Él. En este sentido es probable que no se haya inscrito en la psique de Salarrué el significante de la Castración y de la pérdida, lo que nos explicaría por qué al enfrentar la frustración de no poder realizar sus estudios de pintura opta por un pasaje al acto realizando un intento suicida en el Puerto de La Libertad y por qué tiene que echar mano de la creación de otros mundos en los que efectivamente creía como verdades absolutas para soportar la realidad que le agobiaba, no niega aquello que le causa angustia, crea un mundo nuevo, Datdalía, que sustituye al mundo real donde asume una nueva identidad Euralas Sagatara.
La estructura subjetiva de Salarrué estaba inscrita en la psicosis, sin embargo, el arte funcionó para él como un protector para evitar la desorganización del sujeto. El arte es para Salarrué como para James Joyce lo que Lacán llama el Sinthome en el seminario XXIII del mismo nombre, la formación substitutiva que compensa el déficit del registro de lo simbólico en las psicosis en las que el individuo mantiene apariencias de normalidad. Efectivamente el arte es por excelencia sublimatorio.
Demócrito, Einstein, Artaud, Dalí, Van Gogh, John Nash, Schumann, son ejemplos de la relación que existe entre la genialidad y la locura, pero, ni todos los genios están locos, ni todos los locos son genios. Al respecto Ricardo Piglia escribe en Los sujetos trágicos, respecto a James Joyce y su hija Lucía en el encuentro con el psiquiatra y psicoanalista suizo, C.G. Jung:
«Estaban viviendo en Suiza y Jung, que había escrito un texto sobre el Ulises y que por lo tanto sabía muy bien quién era Joyce, tenía ahí su clínica. Joyce fue entonces a verlo para plantearle el dilema de su hija, y le dijo a Jung: ‘Acá le traigo los textos que ella escribe, y lo que ella escribe es lo mismo que escribo yo’, porque él estaba escribiendo el Finnegans Wake, que es un texto totalmente psicótico, si uno lo mira desde esa perspectiva: es totalmente fragmentado, onírico, cruzado por la imposibilidad de construir con el lenguaje otra cosa que no sea la dispersión. Entonces Joyce le dijo a Jung que su hija escribía lo mismo que él, y Jung le contestó: ‘Pero allí donde usted nada, ella se ahoga’. Es la mejor definición que conozco de la distinción entre un artista y… otra cosa, que no voy a llamar de otro modo que así».
Compartimos la opinión de Mónica López Ferrado en su artículo La frontera entre la genialidad y la locura, publicado en el País en 2007:«El genio es una persona con extraordinarias capacidades, focalizadas en alguna materia, y con capacidad para alumbrar ideas abstractas nuevas y expresarlas, es decir, de crear. El genio no es un enfermo, en el caso de existir enfermedad, sabe aprovechar sus brotes de locura para crear cosas fantásticas, las facultades creadoras ya existen antes de manifestarse la enfermedad».
En Salarrué al contrario del holandés Vincent Van Gogh o del británico Louis Wain, no observamos el deterioro de la personalidad del artista en su arte si no la progresión y la madurez de su obra.
JESÚS MARTÍNEZ (13-8-1985). Doctor en Medicina por la Universidad de El Salvador, especialista en Psiquiatría y Salud Mental por el ISSS y la Universidad de El Salvador; Máster en Clínica Psicoanalítica por la Universidad de León, España; Psicoanalista del Centro Psicoanalítico de Madrid, España. Pertenece a la Asociación Salvadoreña de Psiquiatría filial de la Asociación Mundial de Psiquiatría y al Centro Psicoanalítico de Madrid. A nivel literario, escribe cuento y poesía, ha aparecido en varias antologías poéticas y revistas, formó parte de varios círculos y talleres y ha obtenido el premio Letras Nuevas en 2009 promovido por la Prensa Gráfica y CONCULTURA y el I Concurso Literario de cuento «Puesisesque» 2015, promovido por la Secretaria de Cultura de la Presidencia. Es miembro de la Asociación Salvadoreña de Médicos Escritores «Dr. Alberto Rivas Bonilla» filial del Colegio Médico de El Salvador. Biografía 1. Conferencia impartida en mayo de 2021 en la Asociación Salvadoreña de Psiquiatría.
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